David Fincher no es ajeno a las historias macabras de los rincones más oscuros de la psique humana. A partir de su particular estilo, el acercamiento visual y atmosférico que permea para este tipo de relatos hace que sea casi irrefutable el hecho de estar viendo uno de los trabajos del director. Desde Se7en a The Girl with the Dragon Tattoo y hasta la más significativa, Zodiac, Fincher sabe imprimir elegancia y minuciosidad a los detalles más estremecedores de los relatos más incómodos.
Con Minhhunter, el regreso a los estudios de las desviaciones psicológicas de los asesinos en serie (término que apenas se comienza a utilizar en el contexto de la serie, 1977) se vuelve el tema central de la producción original de Netflix. Visitado incontables veces, y hasta observado por el mismo Fincher en más de una ocasión, el tema de los asesinatos por desviaciones sexuales vuelve desde la perspectiva de un entendimiento de los porqués y las intenciones que llevan a estos actos de violencia. Es un acercamiento singular y cuidadoso, ejecutado con excelente caracterización televisiva.
Lo interesante es que Mindhunter muestra personajes fuera de lo común para el tipo de contexto en el cual la serie está circunscrita. Las personalidades establecidas no encajan totalmente en ese mundo del FBI al principio. Es conforme avanza que los aspectos de la evolución de las personalidades encajan poco a poco con el desarrollo de la serie. Por suerte, los arcos narrativos de los personajes no se descuidan entre el trabajo y la vida personal. Los pequeños detalles que forman las situaciones personales de los protagonistas no pueden ser evitadas entre las complejidades y gajes del —no tan común— trabajo.
Mejor aún: esta no es una serie que dé respuestas; más bien, plantea interrogantes, juega con las posibilidades y las desafía. Así, el trabajo de los agentes se traspasa también al espectador, y las conjeturas se vuelven el modus operandi de la serie. Antes de que los diálogos expliquen o se adelanten, las imágenes y las mismas conversaciones permiten que el espectador pueda ir un paso adelante —o, posiblemente, uno más atrás—.
El paso de los minutos (y de cada episodio) se presta para que el desarrollo de la trama se desenvuelva y los detalles tengan sentido como un antes y un después dentro de la narrativa. Los casos son la parte principal para concretar las relaciones que comienzan superficiales, pero que se dinamizan y profundizan conforme pasa el tiempo. El estudio de las personalidades asesinas se vuelve el centro de atención y enfoque de las dinámicas que tienen los que pretenden estudiarlas. Hay un balance adecuado entre estas dos partes de la serie.
Entran los detalles formales y el estilo que adopta la serie para redondear la trama con los elementos que moldean la serie. El curioso color miel, la sombría música y las atinadas actuaciones son parte del conjunto que se descubre como una historia desde varios puntos de vista con un eje temático central, ambos en función de una visión precisa y bien estudiada.
La mejor parte es que Mindhunter entendió el modelo de Netflix y colocó las piezas para que la serie pudiera ser vista en maratón o de manera más espaciada. Sin contar el primer episodio, que es más común por su planteamiento de la trama, el resto de la temporada funciona a la perfección dentro de las posibilidades y alcances que se planteó como programa. Va desde el aspecto policial y hasta al psicológico de los personajes y los asesinos con los que deben tratar. Aquí hay una buena serie que se deja ver y disfrutar sin que quede arrepentimiento alguno. Nada mal.