Les seré sincero: cuando vi Joker, sentí miedo. Podría ser porque las personas a mi alrededor no me causaban la mejor impresión; podría ser porque ese día había llovido muchísimo y la llegada al cine había sido muy aparatosa; o pudo haber sido solo porque dejé que la conversación alrededor de tan esperada película me afectara más de lo esperado. En todo caso, no es el discurso del filme mismo, sino lo tóxico que resulta todo aquello que le rodea en términos de interpretaciones y lecturas adelantadas luego de su gane en Venecia y con la anticipación tan intensa de más personas (no todas cinéfilas) de las que se cree. Con todo, su estreno (mundial) no se queda sin despertar conversaciones, debates y puntos de vista. Queda claro: el planteamiento de la película va más allá de las adaptaciones de los libros de historietas con muchísimos años de rotar y de estar en publicación.
Venida de la inigualable actuación del Guasón del 2008 por Heath Ledger, en la inmensa The Dark Knight, ahora entra —solita— la historia de uno de los villanos más populares de la Cultura Pop. Una aproximación más psicológica, mental y de empatía hacia esta persona que termina convirtiéndose en personaje. En la película Joker, Arthur Fleck tiene, convenientemente, trabajo de payaso, vive con su madre y apenas consigue lo justo para sobrevivir en la impersonal ciudad que alberga tantas injusticias. De ahí que Joker, la película, que decide construir primero a la persona para llegar al resultado que todos reconoceremos con facilidad al final (o desde el principio). Resulta un acercamiento acertado y de interesante planteamiento social, pero que falla en reconocer su verdadera naturaleza: una adaptación (y reiteración) más de este personaje. Para mí, inexplicable en su popularidad.
Lo no tan interesante aquí es el final inevitable que tendrá esta historia. Al enmarcar la psicología de Arthur en el inminente viaje de un personaje que cae en la locura, se desvía la atención de los problemas que la película quisiera denunciar y los convierte en una herramienta de mera catarsis, casi de justificación de la «locura». Eso no termina de convencer en el marco de una persona con antecedentes de abuso y que necesita terapia para mantenerse «cuerdo». No calza con la meditación de un villano que pide a gritos nuestra empatía como espectadores. Es juego tramposo que tiene la película en términos de estructuración y de su texto, que confunde al máximo —y puede ser contradictorio— a la hora de leer su subtexto.
Pero sus lecturas posteriores solo son una parte del «aura» de esta película. En términos formales, se trata de una confusa y bien estructurada historia de un solo personaje (un one-man show, si se quiere) que es analizado por sus imágenes, sonidos y alrededores. La buena música redondea una atmósfera de soledad y perdición que sostiene el viaje emocional de Arthur. El pecado de su director, Todd Phillips, recae en tomar prestadas referencias de otros filmes (muy de la mano de Martin Scorsese) para crear el propio; son homenajes claros y evidentes que distraen y hasta hacen sospechar de la auténtica calidad del filme.
Por otro lado, ese viaje de introspección y perdición es tomado, repetido y mascado en varias escenas sin ir más allá del planteamiento inicial. La idea de profundidad que se plantea no se sale del paciente resentido y olvidado por el sistema. Cada momento lleva a lo mismo, con ideas fijas de lo que debe suceder y limitando cierto espacio para que la narrativa evolucione. La película está demasiado enamorada de su propia creída genialidad, que se olvida de desarrollarla. ¿Y qué es lo que le impide desarrollarse mejor? El hecho de tener que concluir en la transformación del Guasón que tanto fue publicitada; una especie de desenlace obligatorio y sin escape.
Claro, la historia de Joker da paso a lecturas de la avaricia humana, el engaño descabellado y el olvido de las personas pequeñas ante las grandes (o con más poder). Eso, en términos de dinero y en cómo se presentan las dinámicas de la sociedad. Pero resultan planteamientos fuera de la clara introspección que pretende tener la película. El dar paso a diferentes interpretaciones y lecturas de la sociedad dentro de la película hace que se vuelvan más insistentes aquellas que se plantean fuera de ella (y que considero válidas). Ese hipnotismo y realismo de la puesta en escena y del personaje en particular ¿no resulta en un pase libre a una liberación y normalización de la violencia que representa el personaje? Me queda la duda, también, de si el estilo real y visceral de presentar la historia —hace ya diez años, incluso— es parte de esa atracción tan curiosa hacia la figura del Guasón.
Entre tantas ideas, y para no hacer más larga esta reseña, no logré decidirme en una calificación para esta película (¿es buena o es mala?). Su buena estructuración y la excelente actuación de Joaquin Phoenix hacen que se sostenga esta pieza contradictoria de la Cultura Pop, la cual parece más fenómeno que planteamiento real de circunstancias de la vida. Los guiños hacia la historia conocida de los cómics, para los fanáticos, no terminan de calzar en una diferenciación de aquellas personas marginadas y con problemas verdaderos. Termina siendo una contradictoria manifestación de los problemas entre las lecturas de una película, lo que quiere plantear y los pequeños deslices que pueden pasarse por alto entre tanta anticipación solo hacia la idea de algo, no necesariamente lo que termina mostrándonos al final. Tanta contradicción, al igual que el mismo Joker —y aquellos miedos que puedan despertar en cada uno de nosotros—, puede llegar a ser peligrosa.
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