No se les puede negar el carácter de entretenimiento a los filmes de Jurassic Park. La curiosidad colectiva por ver a criaturas extintas en acción es parte de un ingrediente mágico que Steven Spielberg consiguió despertar y hacer bien hace ya veinticinco años, con el estreno de la primera película (adaptación de una novela de Michael Crichton). La reinvención de la saga (hacia una evidente nueva trilogía) parecía más una excusa para atrapar la atención del público que una idea verdaderamente interesante dentro de ese universo. En todo caso, está aquí y la evolución de los efectos especiales consiguen que Jurassic World: Fallen Kingdom pueda existir sin problema.
Al igual que sus números en taquilla, Jurassic World jugó con la idea de hacer mucho dinero gracias atracciones jamás vistas y con la promesa de que todo podía ser cada vez más grande. Esta vez, con Jurassic World: Fallen Kingdom, la razón que encontraron para sostener un mundo en el que los dinosaurios convivan con los humanos es la idea de la manipulación de la extinción. Atisbos de idealismo sobre la naturaleza y la conservación de las especies como parte del ecosistema natural resultan un tanto contradictorios o paradójicos en la película. Fueron personas las que trajeron de vuelta a estas criaturas, pero ahora existen grupos que afirman que una divinidad debe ser la que decida si se debe extinguir de nuevo a la especie. Rarísimo.
En todo caso, esos conceptos quedan perdidos para favorecer los aspectos de más acción del filme. Incluso, la idea de que otros vienen solo con intereses monetarios (o de guerra) apena se ven reflejada en una ridícula subasta de dinosaurios vivos. Y ahí está la decepción más grande de Fallen Kingdom: cada sorpresa o giro que parece venir del guion mismo se muestra como decisiones absolutamente ridículas por parte de todos los personajes. Hasta risibles son algunas situaciones que confunden terriblemente el estilo de película que se está viendo. Apenas y quedan los momentos que se sostienen como pedazos de las partes diseñadas con buen ojo cinematográfico. Secuencias de suspenso y un poco de riesgo para permitir un clímax apenas decente.
Ahí, el director español Juan Antonio Bayona (curiosamente contratado aquí) muestra su dedicación y vocación por el ejercicio de la dirección. Su trabajo como director es, por mucho, lo que salva a Fallen Kingdom durante varias secuencias. Esas funcionan como momentos bien construidos del lado de las imágenes y posición de la cámara para favorecer la riqueza de un encuadre. Al colocarnos a los espectadores como si fuéramos parte de la acción; sea dentro de la bola de cristal bajo el agua, en cierto desenfoque visual durante la escena inicial bajo la lluvia, dentro de un espacio reducido para causar claustrofobia, miedo y aceleración y hasta desde la perspectiva de un dinosaurio peligroso en busca de su presa.
Son construcciones ingeniosas en niveles que podrían haber deslumbrado más si todo a su alrededor no fuera tan terriblemente forzado. La idea del director de hacer una película de terror puede justificarse por la construcción partida del guion, pero quedó difícil de lograr cuando sus personajes humanos pudieron correr más rápido que los mismos dinosaurios o la lava de un volcán en explosión (ni los superhéroes consiguen tales hazañas). Al día de hoy, no sé qué puede superar el pánico de tener un Tiranosaurio Rex pisándole los talones a los personajes mientras lo ven por el espejo retrovisor del auto; o mejor: la toma de un vaso con agua que tiembla con las vibraciones del exterior.
Por lo demás, la atinada dirección no puede salvar —increíblemente— el resto de la película. Mientras que Chris Pratt solo cobra su salario por hacer caras, la pobre Bryce Dallas Howard apenas se le deja mostrar su encanto entre tanto colmillo jurásico. Ni qué hablar de los personajes secundarios: un desastre todos. Por ahí la fotografía es limpia y favorece ciertas partes de más atmosféricas (ni se les ocurra verla en 3D), pero estorba la incesante música que solo busca repetir las notas de la icónica tonada original y hacer bulla el resto del tiempo.
Así, Jurassic World: Fallen Kindgom marca la tortuosa transición hacia la inevitable tercera entrega de la saga. Pero lo hace con demasiada atención por lo visual (con un director totalmente desperdiciado, que solito logra hacer bien su trabajo) y sin darse cuenta del montón de aspectos absurdos y olvidados de la historia, incluso para una película con animales extintos al centro. Y puede que ahí esté la consideración final: ¿para qué tanto dinosaurio correteando por todo lado sin realmente desarrollar los personajes humanos que podrían sostener y balancear mejor la película? Con el afán de evocar el sentimiento de conservación de las especies y del ecosistema natural (incluso, viniendo de estas especies), hubieran hecho un falso documental, mejor.