“Trust, but verify.”
Es intrigante que una miniserie decida cerrar su último episodio con la fuerte denuncia a la mentira como herramienta de poder y que luego defienda que solo se trata de una ficción. Porque sí puede suceder que una serie se tome sus “libertades creativas” para representar una historia que se acomode a ciertas exigencias dramáticas. Paradójicamente, la base de esa denuncia es, justamente, una ficción narrativa (en resumen: una mentira). Por tanto, la contradicción que representa esa idea final durante el cierre de Chernobyl no deja de incomodarme un poco. Se trata de la más reciente mini serie de la cadena HBO, que parecía tener poco alcance, pero resultó ser un popular fenómeno durante las semanas que estuvo al aire.
Los actores poco conocidos y su carácter limitado hacen extraña la aceptación universal de Chernobyl, la serie; un éxito curioso de recomendación entusiasta entre conocidos y desconocidos. El razonamiento posible que observo es que existe cierta atracción por la catástrofe que ha ocurrido en la vida real de la cual no necesariamente estábamos enterados. Hay una contundente curiosidad por los hechos históricos que no se conocen con detalle. Y hay una posible satisfacción en saber que no es uno el que está sufriendo los sucesos representados. Estas son las bases de una popularidad extrema que la miniserie consiguió de la noche a la mañana. La idea de adentrarse a un mundo peligroso (el de la Unión Soviética en 1986) y atestiguar con un poco más de detalle la catástrofe que fue la explosión del reactor nuclear de Chernóbil, la ciudad en el norte de Ucrania.
Con el mismo actor al frente (el excelente Jared Harris), me recuerda mucho a The Terror, en su carácter de contundente historia de terror desde el drama “realista”. Chernobyl, en esencia, quiere denunciar las irracionalidades humanas que buscan enorme poder. El costo y consecuencia de esas decisiones que repercuten de las peores maneras posibles. Eso queda validado en una consolidada producción e impecable estructuración de su historia y en un episódico relato de absoluto horror consecuente de la avaricia y maldad de la humanidad. Sus detalle inicial, de perspectiva y observación, permite que exista una constante y acertada tensión (visual, musical y atmosférica) que rige cada segundo. Es parte de un pánico que queda muy bien estructurado y llevado al mejor ritmo posible. Cada episodio se centra en algo nuevo, algún detalle que pueda habérsele escapado a la audiencia, que la serie rescata; eso con seguridad y astucia de saber cuándo colocar cada pequeña revelación que informe al espectador (los mejores son el primer y el último episodio).
Pero Chernobyl, con cada momento que pasa, se convierte en una manera demasiado fácil solo de entender lo que pasó; sobre todo, por ser a través de la ficción. Pongámoslo así: es más una didáctica denuncia sobre cómo NO debieron haberse hecho las cosas y cómo los gobiernos ocultan la verdad para su propio beneficio. Pero mostrar no es necesariamente demostrar. Cuando la línea de “basado en hechos reales” cruza ciertos límites, no deja de incomodar a quien la observe; en especial, por las comparaciones con la realidad que la audiencia inevitablemente irá a hacer. Esta es serie de visión occidental, no hay que olvidarlo, y queda demostrado en que los personajes, siendo rusos, hablen en inglés (con todas las palabras de los letreros en ruso, rarísimo). Termina estirando demasiado los límites de la incredulidad del espectador para que entienda mejor o pueda apoyar con más facilidad a los héroes planteados dentro de la historia.
Es en su cuarto episodio que se confirma la manera guiada —terriblemente prescriptiva— de tildar a cada personaje como héroe o villano, sin mucho matiz fuera del necesario para entender y distinguir lo malo de lo bueno. De ahí que muchos de los diálogos sean meramente explicativos para nosotros, que entendemos de química como estudiantes de colegio. Y mientras que eso no es algo malo en una narración que debe recurrir tanto a escenas explicativas, resulta en un direccionamiento casi cínico de los acontecimientos y de las diferenciación entre lo blanco y lo negro. Peor aún: la manipulación de las imágenes evoca emociones caricaturescas en los personajes, con un par de intentos fallidos de darle profundidad al personaje principal.
Por eso, me veo en la posición más escéptica —esa que la serie recalca tanto— de ir desconfiando poco a poco en lo que nos dicen, en qué creer y qué no creer. Aún así, no se puede negar su amarre narrativo y enganche atmosférico-dramático que envuelve tan bien al espectador. Hay urgencia en esa realidad que quiere mostrar; hay elegancia en su suciedad, orden en su desastre, astucia en su exposición científica y esperanza en la inteligencia de su protagonista. Con Chernobyl, el secreto está en encapsular sus componentes y mostrarlos de la última manera que se esperaría, tratarla como relato de terror e informarse de la realidad luego, sin mezclar una con la otra (como la serie quiere que hagamos).
Esta es mini serie de un mundo crudo, cruel, injusto, aterrador y sombrío. Por más que se le encuentren aciertos visuales, narrativos y estructurales, y por más que se trate del llamado a una conciencia de la realidad —un tanto ajena a la nuestra—, es un mundo al cual no quisiera regresar. Доверяй, но проверяй.
Chernobyl se encuentra disponible en la plataforma de HBO, HBOGo.
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