No siempre nos damos cuenta, pero las historias con el mayor carácter melodramático son las que más enganchan a una larga audiencia. Aquellas historias que exaltan las emociones y se permiten giros extremos en su trama son las que dejan con ganas de más al espectador que quiere saber qué sucederá después. Se me ocurre un ejemplo indiscutible de melodrama en Game of Thrones, que plantea todos los arquetipos de personajes posibles y su base dramática recae en típicas características del género (así es como ganó tantos seguidores a través de los años). Entonces, venida de la misma HBO, Big Little Lies cada vez suma más espectadores que quedan atrapados en las redes bien estructuradas de la serie; antes, pensada solo como mini serie, basada en el libro de Liane Moriarty).
La narración melodramática (muchas veces, mal vista como novelesca) se enfoca en generar tensión constante con sus giros dramáticos y en representar emociones humanas con mucha intensidad. Eso responde, por lo general, a una rapidez en su narración y constante reinvención de los argumentos que se plantean. Big Little Lies, por su lado, tiene un estilo más pausado y meditativo. Sin perder los rasgos de historia arquetípica familiar, la atención de está en mostrar un mundo de conflictos y dramas internos familiares, los cuales surgen de un evento melodramático que afecta a todos los personajes involucrados. De cierta manera, se trata de una Desperate Housewives más “fina” y con mayor presupuesto.
Claro está que Big Little Lies, al ser producida y transmitida por una cadena de prestigio, el estilo y presentación técnica deben seguir un patrón de más elegancia y —si se quiere— más “caché”. La dirección característica de Jean-Marc Vallée es adoptada por Andrea Arnold durante esta inesperada segunda temporada, pero con un énfasis más grupal que individual. Con la dirección de Arnold (mucho más audaz y pulida que la de Valleé), la parte visual nunca se pierde. No solo el guion permite expandir mejor las consecuencias de la primera temporada, sino que el enfoque visual de este año hace un ejercicio más sutil de sugerir el acuerdo implícito entre las protagonistas. Eso sucede entre pequeños flashbacks de lo que sucedió “esa noche” y cómo cada imagen tiene su peso emocional y temático con el desarrollo que vemos en el presente de la temporada.
Es decir, si antes se mostraba cada historia de manera individual, con sus pequeños micro conflictos entre las familias, ahora, luego de unir el propósito de las cinco mujeres protagonistas, la perspectiva va de la sorpresa a los efectos que pueda tener en los personajes. Una ruta narrativa mucho más interesante, si me lo preguntan a mí. Las consecuencias de una acción grupal repercuten en las dinámicas familiares específicas presentes en la serie. El conjunto sugiere una continuidad estilística, pero diferenciada con un antes y un después: existe singularidad en los arcos narrativos, mientras una fuerza silenciosa los une casi violentamente.
Lo mejor de Big Little Lies es su manejo de los giros narrativos dentro de cada episodio, sabiendo que esos pequeños detalles no aparecen en vano y serán significativos conforme avance la temporada. Es ejemplo de planeación general que se ve mejorada cuando los momentos más pequeños transcurren antes, como preparación y profundización de la historia. Al final, se sabe que todas las partes quedarán unidas como si se tejiera una telaraña de mentiras. Además, al estar situada en una ciudad relativamente pequeña, la serie puede mostrar (y hasta hacer el comentario sobre) lo problemático que puede ser vivir un pueblo donde todo el mundo se conoce.
Entre el talento histriónico que se sostiene esta nueva temporada, quisiera resaltar a Laura Dern, en su audaz actuación como mujer que busca la perfección desde adentro, para poder exhibirla hacia afuera. Con la inclusión de Meryl Streep a un elenco ya de por sí espectacular, la serie del momento regresa con más confianza y mejora con respecto a su primera entrega. Big Little Lies se sostiene como entretenimiento semanal, siempre jugoso; ahora, mejor representado. Este año, la serie de los domingos a la orilla del mar resultó ser mejor melodrama que la serie en la que sus personajes pueden montar un dragón.