«It’s my vagina!»
¿De qué nos acordamos cuando vemos una serie en maratón? Por lo general, quedan más claras las partes de la trama, a la hora de contarla, cuando sorprende o cambia el status quo de los personajes. Al igual que la vida, son los momentos favoritos o de más impacto los que quedan guardados en la memoria. Es casi imposible que las acciones y acontecimientos de nuestras vidas no vengan acompañados de las emociones que los complementan. Momentos de alegría, de tristeza, de angustia, de temor y de “calentura sexual” suenan conocidos para cualquiera que los recuerde. Esos son los momentos que acompañan y componen la genial, genial, genial Sex Education.
Y es que he de admitirlo: cuando estrenó, el pasado enero (hace ya cinco meses), sentí rebeldía y no quise verla. El logro de Netflix de dominar la conversación solo por unos días con cada una de las producciones que exhibe es tan pasajero como poco atractivo. ¿Debía ver la serie solo porque todos estaban hablando de ella en ese momento particular? ¿Y pasar a la siguiente, dejándola olvidada, como si nada? Claro, la ventaja —o problema— es que estas producciones estarán disponibles para ser descubiertas en cualquier momento, cuando uno prefiera. (Entra la duda de si a Netflix le sirve que veamos sus series ese primer fin de semana de estreno o que vayan siendo descubiertas con el tiempo, en cualquier ocasión o circunstancia. Ese es tema para otro día).
Heme aquí, entonces, en apropiada paradoja, dando clic en el primer episodio de Sex Education, porque no quería ver algo que me tomara más de dos horas antes de dormir. La grata sorpresa fue encontrar cierto encanto y alegría con el estilo de la serie. Siendo una comedia sobre adolescentes, los tonos brillantes de la imagen consiguieron atraerme ante su tentadora premisa (partiendo solo del título). Resulta astuta estrategia para atraer al público general con la construcción de una trama alrededor de la sexualidad humana, con la difícil labor de ejecutarla bien. Pero esta es serie que consigue mejorar con cada episodio que pasa, para dejar, como resultado, un total encanto, incluso, cuando se la descubre meses después y con empedernida resistencia a verla.
Más allá de basarse en conflictos burdos y reciclados que llevan a una ridiculización y banalización de la sexualidad, Sex Education la toma con respeto y curiosidad, pero con libertad creativa y cierto magnetismo que rodea a sus personajes, para poder desarrollarlos dentro y alrededor del tema. Las miles de preguntas que tienen los jóvenes sobre sus cuerpos y los cambios que deben atravesar están planteadas aquí, filtradas con humor y atención a los detalles. La premisa del hijo de la terapeuta sexual que hace su propias consultas a los compañeros del colegio, mientras se descubre a sí mismo en el camino, es brillante. No se pierde ni un segundo de ironía —y consecuente sinceridad— con cada desarrollo de las variadas personalidades.
De ahí, la evolución justa y honesta de los personajes forma parte de los conceptos presentes en cada episodio. Es fácil establecerlos (por la realidad que representan), pero aquí quedan manejados dentro de su propia narración y sirven para profundizar cada escena e interacción entre los personajes. Entonces, partiendo del humor y olvidando el tabú, la serie propone los diferentes arcos narrativos y los desarrolla con cariño y sutileza, nunca dejando de lado la realidad y las dificultados que todas las personas tienen a la hora de enfrentarse a su sexualidad. El tratamiento natural del tema, sin ser demasiado prescriptivo, para que las rieles de la historia no se pierdan en malentendidos o interpretaciones fuera de lugar.
Sex Education es sublime a ratos. Luego de volverlos a ver, no puedo dejar de pensar en lo precisos y cuidados que están varios momentos clave de la serie. Cuando Otis (actuación excepcional de Asa Butterfield) entra a un baño a “quitarse” una erección, mientras las paredes se vuelven cada vez más oscuras y estrechas (increíble uso del espacio como metáfora); la gentil conversación que tiene Meave antes de que vaya a tener un aborto; o el final del episodio cinco, cuando varias chicas se revelan y defienden el chantaje de publicar la identidad de una vagina anónima ante todo el colegio (“It’s my vagina!”). Son pequeñas escenas que forman parte de la historia general, pero que funcionan para los personajes, principales y secundarios, de manera fluida y satisfactoria. No queda un solo hilo narrativo descuidado.
Así, sin olvidar dónde comenzaron los viajes emocionales de cada uno de los personajes, la serie los mantiene (y construye su propio mundo imaginado) para darles una conclusión orgánica dentro de la primera temporada, mientras establece cierta anticipación de descubrir nuevas aventuras que vayan a tener. Al terminar, solo una cosa me decepcionó de la serie: que ya había terminado de verla. Resultó de un enrome disfrute el pasar tiempo con los personajes que podrían convertirse en nuestros amigos (o, en todo caso, vernos identificados o representados en las actitudes y acciones que muestran). Con un estreno popular y lanzamiento tempranero en enero, calza apenas para comenzar y repetir antes de que termine el año, lentamente o en maratón (antes de que llegue la segunda temporada). Sex Education es una de las mejores series del año.
La primera temporada de Sex Education se encuentra disponible en Netflix. La segunda está actualmente en producción.
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