No es fácil elaborar el final de una historia. Aún más en televisión donde, por más que se tenga un plan hacia el futuro, las preocupaciones siempre son parte de una inmediatez concreta, sea por episodio o por temporada. Y aquello que vaya a suceder a largo plazo solo tiene efecto si esas partes del medio fueron efectivas y tuvieron peso por sí solas. En el caso de Game of Thrones, sí fueron muy efectivas. Aquellos juegos de poder y pequeñas (y grandes) aventuras dentro de un mundo en constante expansión venían de la mano de cuidadosos reflejos de la sociedad que debía adaptarse o regir a partir de reglas antiguas. En esta serie, la trama no era importante, sino las interacciones, reacciones y decisiones que los personajes tuvieran a raíz de pequeños o grandes eventos.
Ahora, en medio de su anticipadísimo final, Game of Thrones no tiene mucho más que expandir, solo concluir. La idea de contar historias diversificadas (muchas de ellas) de un mundo se disipa por la necesidad de encontrar un argumento más centrado hacia la conclusión; un núcleo más definido por el cual emocionarse; una figura de héroe —si se quiere— que lidere las tropas a su muerte. Si bien antes los temas y desarrollo de personajes movían hacia adelante la narrativa de la serie, durante su última temporada, el cierre de los cabos sueltos es lo que debe importar más. Eso, con el ánimo más grande de poder cerrar una historia, en lugar de abrir otras. Ya no hay tiempo.
De ahí que las conversaciones del inicio de su octava temporada se sintieran tranquilas y calladas, contemplativas del estado en que están las cosas. Así como habían funcionado todos los inicios de temporada de la serie, la apertura siempre significa visitar y ponernos al día con los personajes y exponer la misión que surgirá este año que consiga la transición del año anterior. No hay más que reencontrarse con aquellos habitantes de ese mundo y recordar que, por más fantástico que sea, serán ellos quienes participarán para mantenerlo a salvo. Fácilmente, el episodio anterior, Winterfell, calza a la perfección con el de esta semana, A Knight of the Seven Kigdoms*, el cual continúa moviendo las piezas dentro del castillo, pero que se siente con más tensión y nervios que antes.
*(Estos dos podrían ser los dos mejores episodios en mucho tiempo).
Podría ser visto como “la calma antes de la tormenta” y la conversación final que muchos de los personajes tendrán. Sin embargo, varios momentos, por más que pasen más rápido de lo usual, poseen un peso y profundidad importantes, sea para cerrar un ciclo o para movilizar las dinámicas durante (y después de) la batalla. Es el caso de la interacción entre Dany y Sansa, que queda inconclusa, pero se mueve con rapidez y da indicios de aquellas que tienen la madera para reinar; o el inmediato reencuentro entre Sansa y Theon, muy pasado por encima, sin que los demás personajes se den cuenta; o la curiosa interacción entre Arya y The Hound. De todos, el momento más significativo es el nombramiento de Brienne como la caballero que merece y siempre había querido ser. Son escenas que no funcionarían si el peso de siete temporadas pasadas no hubiesen sucedido antes y que ahora, con respecto al tiempo que se tomaban antes, parecen suceder demasiado rápido para seguir con lo que sigue. Aún así, se sienten valiosas y trascendentes por lo que ha de venir.
La cosa es que estos episodios iniciales (de los cuales muchas personas se quejarán porque “no pasa nada”) son los más importantes cuando llegue la hora de ver los que se centren en mera acción. Sin el establecimiento de cuáles serán los rostros conocidos (lo que quedan, eso sí) antes de comenzar la guerra, no habría mucha importancia o peso emocional, dramático ni narrativo cuando esta finalmente se desate. Eso sí, las historias con más antigüedad dentro de la serie son las que mejor funcionan, porque las nuevas relaciones (sí, Jon y Dany) deben establecerse solo para romperlas casi de inmediato. Resultan escenas de carácter casi melodramático, en donde las revelaciones deben hacerse rápidamente y sin cuestionar o argumentar más allá de lo que va a significar luego. Es narrativa casi express que a algún lugar deberá llegar.
Con todo, esos momentos de recuerdo y las conversaciones alargadas entre los personajes que nos importan son los que más disfruto antes de preferir las secuencias de acción. En especial porque establecen y dinamizan un grupo de personas que debe poner sus diferencias aparte —antes, llevados por sus propios intereses— para combatir un mal mayor. De ahí, surge un concepto interesante que la serie puede retomar (ojalá) conforme avanza su corta temporada final. Y mientras los espectadores esperan con ansias que llegue la batalla contra los caminantes blancos, a los personajes solo les queda aprovechar sus últimas horas de quietud para dar sus despedidas, expresar sus deseos (y hasta cumplirlos, en el caso de Arya) o simplemente de conversar con tranquilidad con sus compañeros antes de enfrentar su inminente caída.
What is dead may never die.
(Lo que está muerto no puede morir.)