Para muchos, los acontecimientos de la realidad no deberían mezclarse con inesperados y espontáneos números musicales. Ese estilo de presentar música, por más que todo el mundo la disfrute, nunca ha sido el más popular. Pero, para Rebecca Bunch, ese siempre fue su mundo. Su manera de enfrentar los problemas, felicidades, enojos y decepciones siempre estuvo ligada a una atinada expresión musical. Eso sí, resultaban canciones llenas de ironía y humor que observaban los aspectos menos glamurosos de una persona en un viaje emocional.
La particularidad de su serie la hizo excéntrica en sus propios términos. La construcción inicial de este personaje hizo que el viaje tuviera matices inesperados y llenos de incomodidad, pero con alegría. Como resultado, Crazy Ex–Girlfriend tuvo poquísima audiencia los cuatro años que estuvo al aire. Pero eso no la detuvo para llegar al final que sus creadoras habían planeado desde un principio, Rachel Bloom (también la protagonista) y Aline Brosh McKenna. Lo que inició como una cómica y mordaz mirada a un enamoramiento obsesivo, termina como la detallada caracterización de una persona con defectos y virtudes como ser humano.
Ahí yacía el secreto de Crazy Ex–Girlfriend; uno que siempre estuvo ahí, pero que terminó de revelarse a través del progreso hasta el final de la historia. Empezando por el increíble cambio de canción inicial durante las temporadas (que reflejaba el leitmotiv del arco narrativo cada año), hasta el desarrollo de las dinámicas con los demás personajes. Esas variaciones que se sentían curiosas al principio, pero que terminan de darle forma y energía al mundo interno de la serie. Por suerte, ahí, todos podían llegar a brillar con sus propios números musicales, unos más serios que otros.
Así, poco a poco, las canciones alegres y llenas de fantasía fueron apareciendo con menos frecuencia. Rebecca maduró y sus fantasías ya no eran tan palpables; estaba más consciente de su realidad. Entre conversaciones con su psicóloga, diagnósticos, idas a la cárcel y la eterna pregunta de con quién iría a quedarse de manera romántica, el viaje de esta serie estuvo siempre dentro de ella. Junto con la ayuda incondicional de sus amigos y anuente a cambiar cuando algo no le gustaba de sí misma, el crecimiento como personaje solo le agregaba más y más capas de merecida profundidad. Es lo increíble de la televisión: pudimos conocer a Rebecca durante cuatro temporadas, lo cual resulta en que, como dice la letra de la “intro” este año, “ella es difícil de resumir”.
De cierta manera, siempre prensamos que la felicidad pura vendrá al estar con alguien más. Que el destino une a las personas porque todos merecen encontrar el “amor verdadero”. Lo que olvidamos es que el amor verdadero viene desde adentro de nosotros, nunca estará esperando en alguna otra persona para “completarnos”. Eso entendieron desde el principio las creadoras y le dieron el viaje adecuado a uno de los personajes más complejos de la TV. Y me atrevo a decir eso porque si lo vemos desde el título, una mujer así no habría sido etiquetada de otra cosa más que de “loca”, deprimida, obsesiva, extraña y más adjetivos. Pero queda claro que la complejidad de una persona va más allá de simples términos recurrentes y sesgados.
La aventura de Rebecca fue su vida. Una etapa, para ser más exactos. Y cuando ella está lista para salir adelante y tomar nuevas decisiones, la serie la deja ir. No sin permitirle expresar un lado de su vida que parecía estar oculto: ¡tantas secuencias fantásticas de números musicales y tal vez ella estaba destinada a escribirlos! Las cuestiones de los triángulos y cuadrados amorosos terminaron ser la distracción más grande para encontrar su verdadera pasión. Ahí estaba el secreto de su felicidad; mientras tanto conseguía su propia evolución y madurez y la serie permitía la del resto de los personajes.
Lo mejor es que, una vez que se termina de ver la serie (llegar hasta el final), se puede repetir y cantar sus canciones con ella, para que sea nuestro recordatorio de que los malos momentos solo estuvieron para que los mejores pudieran llegar triunfantes. Es una conclusión silenciosa para una sencilla, pero extraordinaria serie que no pretendía mostrar más de lo que una persona puede ser: humana. Y entre tal complejidad, venida de voces femeninas, más astutas y pulidas que nunca, la serie vivió el tiempo que tenía que vivir: lo suficiente. Al final, queda seguir los pasos de Rebecca, que cantaba y bailaba unas cuantas canciones y, aún con altibajos en el camino, se permitió ser feliz.
Crazy Ex–Girlfriend, originalmente de The CW, está disponible en Netflix.