Shantih, shantih, shantih
Una de las conversaciones más interesantes de este año, cuando se habló de cine, fue sobre la polémica de los estrenos de películas de directores importantes directamente en las pantallas de los televisores, sin pasar por las grandes. El hecho de que historias importantes o diseñadas para una pantalla grande se vieran solo en casa parecía una manera de matar lentamente el espacio sagrado de las películas (una discusión que tendremos en otro momento). Solo una tuvo la fuerza suficiente para que unas pocas salas tuvieran el privilegio de mostrarla antes de que estuviera disponible en el gigante rojo.
Netflix, en constante adquisición de autores de renombre que pongan sus títulos en el catálogo, compra Roma, la más reciente producción del excelente director, Alfonso Cuarón. Sin perder mucho tiempo, el estreno en festivales de Roma hizo que la discusión de que la gente la vería solo en pantallas pequeñas (o peor, en su celular) se volviera como un grito de auxilio para el arte fílmico que Cuarón había logrado. Ahora, nos llega al país (Costa Rica) solo a una sala de cine y podemos considerarnos con suerte por tener la oportunidad de verla en la merecida oscuridad y sin muchas distracciones. Aunque resulta válido el alcance que Netflix tendrá para poder ver me ver estas películas que no necesariamente será en las mejores condiciones de imagen y sonido.
Pero hablemos de la película. No vale la pena decir mucho o contar la historia, puesto que la convencionalidad narrativa queda un tanto olvidada aquí (de la mejor manera posible). A modo de sinopsis: Cleo es empleada doméstica en México de los años setenta y Roma, la película (su película), la sigue durante varios meses de su vida, dentro y fuera de su trabajo. Hasta ahí, el entendimiento de un filme así no puede verse como un texto rígido o estructurado, aunque la dirección sea tremendamente cuidadosa y precisa. El viaje de esta película se vuelve la demostración de la creatividad en imágenes; la perfecta entonación de situaciones colocadas una tras otra para tener sentido, pero decir mucho más de lo que muestran. Es el encuentro de lo extraordinario en lo común.
El crédito completo es de Cuarón, en su meticulosidad de encuadres y enorme potencial ante la sencillez de su historia (que es más personal para él que para nosotros). Con su cariño y cuidado, logra elevar lo aparentemente común en la profundización de una mujer que perdura y aprende de las situaciones rutinarias e inesperadas de su vida. Mientras observa, Cleo conoce su mundo, lo habita y explora, pero lo hace desde su inocencia y abstracción cuidadosa de sus deberes y posibilidades. La cámara la sigue con cautela, gracia y delicadeza (ejercicio impecable de perspectiva), pero no deja de ser la imponente generadora de significados ocultos en cada ángulo, corte y transición.
El compromiso de Cuarón con su historia lo lleva a enmarcarla dentro de un contexto con relevancia, que sugiere más subtextos de los que aquí me atrevería a mencionar. La clara diferenciación de clases, por ejemplo, o la relación de dos mujeres que pueden no tener mucho en común en la superficie, pero que, sin saberlo, se acompañan con cariño y respeto. Los guiños de la rutina de una casa permiten que se evidencie la horizontalidad de la humanidad y cómo el sufrimiento lo tendrá todo el mundo, sin importar su estatus social. Personajes, historia e imágenes se vuelven un conjunto y cada detalle parece sobresalir más que el anterior.
De ahí, las sorpresas narrativas de Roma terminan siendo acontecimientos que sucederían en la vida de cualquier persona. Aquellos que pesan emocionalmente en el momento, porque se guardan como las experiencias que nos forjan como personas. La singularidad de las circunstancias son parte de las lecciones de vida, desde una perspectiva o de otra. Es cuando nos damos cuenta de que todos los personajes secundarios tienen su propia historia, una que apoya formalmente la narrativa principal, pero que con sus matices en sí mismas; no quedan desapercibidas. Puede ser hasta una moraleja: por más que seamos los protagonistas de una historia, la de los demás será tan válida como la nuestra.
Entonces, como su conjunto, Roma no desperdicia ni un solo encuadre; no pierde de vista su narración, pero logra extenderse —en conceptos— más de lo que se esperaría. Si el viaje de una persona puede significar tantas cosas diferentes para cada espectador que la vea, es cuando hay que prestar más atención de la acostumbrada. Y como la oportunidad de verla, repetirla, pausarla, devolverla, estudiarla y volverla a disfrutar es ahora posible, entonces, sorprendentemente, nos tocó suerte de tenerla en el catálogo que tanta controversia consigue hacer caber entre sus rincones.
Calificación: 9