Hay un aspecto importante en el mundo del cine. Un detalle que siempre he considerado crucial para sostener la historia de una película. Al menos cuando se trata de una narración convencional, los personajes siempre serán necesarios, casi indispensables para sostener las imágenes que nos cuentan algo (el famoso “show, don’t tell”). Son aquellos con los cuales la audiencia se identificará o conseguirá mantener el interés para saber qué acontecerá en las siguientes escenas. Ahora, en el mundo de magia expandida, promocionado con tal exclusividad, pero conocido desde un principio, son los personajes los cuales deberían ser el foco de atención de las historias. Lastimosamente, esta vez, no lo son.
Cuando nació la idea, el enfoque estaba en el título mismo y el recorrido era claro: acompañar al niño que se convertiría en héroe sin planearlo mucho. Naturalmente, la expansión de esa historia específica hizo que la audiencia se emocionara y los estudios productores no perdieran el tiempo en darle luz verde a la(s) precuela(s). Hoy, se da el regreso de ese interesante mundo, más maduro (y con la esperanza de que fuera un tanto diferente) con Fantastic Beasts: The Crimes of Grindelwald, en el cual, la primera tristeza está en convertir un título específico en su propia franquicia. Y mientras que el primer encuentro con la historia de Newt Scamander y su maleta llena de criaturas fantásticas tuvo sus altos y bajos, la esperanza era enorme por el potencial que una idea así podía tener dentro del universo mágico.
En lugar de eso, el camino hacia las ganancias se vuelve desordenado. Para justificar la primera parte del título, las secuencias de Newt en acción funcionan tan bien (sobre todo, en el aspecto creativo-visual) como una mirada al mundo que él observa, adiestra y quisiera llegar a compartir. Después de todo, se supone que es el protagonista, ¿no? Las interacciones con las criaturas casi podrían llegar a llenar una película tan interesante y bien intencionada de aires ecológicos y aventuras zoológicas, pero no. La fijación con expandir el mundo mágico —en lugar de reducirlo— resulta en la primera vez que realmente estrena una película mala dentro de la franquicia.
¿Por qué estas continuaciones no podían seguir siendo el recorrido de este peculiar personaje y sus criaturas mágicas? ¿Cuántas referencias más de la historia original necesitamos? ¿Acaso no era posible contar algo más sencillo, no menos complejo, pero igual de impactante para fanáticos y público en general?
Con The Crimes of Grindelwald no solo hay que intentar recordar las dinámicas del filme anterior, sino que se debe poner atención a la cantidad de nuevos personajes que son introducidos y sus historias que nunca parecen iniciar o terminar; ¡porque son demasiados! Si bien la primera mitad puede sostenerse un poco con el planteamiento de la historia y un par de secuencias bien logradas, el tercer acto se desmorona e intenta desarrollar unos cinco hilos narrativos al mismo tiempo. El resultado es no dejarle tiempo suficiente a ninguna y que nada de lo que sucede durante los últimos veinte minutos de la película tiene sentido. Resulta penoso, predecible y casi aburrido ver desarrollarse ese final.
Parece que cada uno de los involucrados durante la producción estuvo demasiado preocupado por hacer terriblemente bien su parte; dejando de lado el trabajo en equipo que podía resultar en un filme coherente. J.K. Rowling, por un lado, olvidó que tenía que contar una historia y decidió solo escribir detalles de enciclopedia para la extensión de su mundo mágico. Los productores le rinden pleitesía a esa visión y a nadie se le ocurre revisar que los cabos sueltos narrativos son demasiados (aunque parezca que todos los detalles son recordados al final). David Yates, por otro lado, parece demasiado preocupado por mantener cierta compostura visual —y lo logra—, pero no se da cuenta que está armando buenas imágenes con trama que a veces ni siquiera tiene sentido. Y por último, los actores, quienes desde ya saben que tendrán que filmar tres películas más, se muestran casi aturdidos y sin muchas ganas de brindarle mucho esfuerzo a sus actuaciones en las pocas escenas que tiene cada uno.
Ahí, el único que parece estar teniendo el rato de su vida es Jude Law, por lo general, muy buen actor. Y se debe resaltar el esfuerzo de Eddie Redmayne por intentar hacer lo imposible con su encantador personaje, tan pobremente escrito y terriblemente desarrollado. Una verdadera lástima. Ni qué hablar de las decisiones espontáneas y salidas de la nada de varios personajes secundarios durante todo el tercer acto, solo con ánimos de sacar el factor sorpresa ante la audiencia.
Al final, The Crimes of Grindelwald no consigue funcionar como película, en términos de historia concreta, desarrollo o caracterización, ni como homenaje a los fanáticos empedernidos de la saga (la revelación del final es risible). Los giros y sorpresas no son parte de una narración fílmica acomodada; son la única parte de un montón de secuencias sin un amarre orgánico, solo colocadas una tras otra (algunas mejores que otras, hay que admitir). La eficacia visual no es suficiente si no se le pone atención a los viajes emocionales de personajes por los cuales el espectador quiere interesarse en primer lugar para mantener interés en la saga. Ojalá este tropiezo sirva de lección para Warner Bros. y comiencen a poner más atención a contar algo con sentido y no solo pensar en cómo harán más dinero al margen de los estiramientos cada vez más innecesarios de la autora.
Calificación: 5