Parece extraño el regresar a narrativas que ahora llamamos convencionales llevadas por la trama, pero que fueron la normalidad de la televisión en algún momento. Esas que seguían cierta fórmula de giros inesperados y premisas un tanto exageradas para enganchar mejor al espectador y dejarlo con ganas de más. De aquellos momentos en los que se debe suspender la incredulidad un poco más de lo esperado para dejarse llevar por la intensidad de cada escena que pretende pasar por nuestros ojos. Es una suerte —y casi rareza— que Bodyguard, con todas esas características, estrene en esta época de tonos más realistas o, al otro extremo, más surrealistas.
Se trata de la serie que fue un éxito original de la BBC en Gran Bretaña y que ahora nos llega a través de Netflix, de la cual es posible ver los seis episodios de una sola vez. En Bodyguard seguimos a David Budd, sargento especial de las fuerzas policiales en Inglaterra, quien es asignado a ser el guardaespaldas de la ministra de interior, Julia Montague. Ella, por su lado, causa controversias con sus apariciones públicas y entre sus colegas políticos. Con eso en mente, piensen en un fórmula narrativa sin un minuto de descanso; al menos, nunca durante sus primeros tres episodios. Es una historia con tintes políticos, sin duda; pero primero es un thriller bien llevado y sin tiempo que perder de una secuencia intensa a otra (intensidades de varias naturalezas).
La construcción de su misterio junto con el manejo del montaje para que parezca que la serie siempre está en constante movimiento hacen que cualquiera que la empieza no pueda parar de verla (es tensión de la buena). Agreguen atisbos de una relación prohibida que está esperando suceder y el paquete está completo. Bodyguard no es muy complicada ni necesariamente trascendente, pero sí un ejercicio tradicional de ficción bien estructurado y de trama llevada a los extremos posibles de su propio universo. Son los sucesos los que cuentan la historia de los personajes. Lo bueno es que no se queda en lo superficial, da paso a caracterizaciones motivadas, orgánicas y merecidas.
Es una lástima que diera tanto paso a los giros y sorpresas de la trama sin dar mucho espacio para que sus personajes respiraran un poco de desarrollo. Está claro: no es una serie que le interese mucho la exploración profunda de las conductas de un guardaespaldas y la ministra a la que tiene que cuidar. Pero eso está bien; el terreno que quería cubrir lo hace con claridad durante sus seis episodios, los cuales quedan divididos claramente a la mitad para dar dos historias diferentes en cada bloque (recomendaría verlos de esa manera: tres y tres). Y no es tanto que pierde ritmo o intensidad en su segunda mitad, sino que el enfoque cambia y la perspectiva del personaje principal no parece ir más allá del interés por resolver el misterio principal y los adyacentes que ocurren con el transcurso de la trama. Por ahí, el final feliz no puede evitar sentirse un tanto forzado.
Así, si hilamos un poco más fino, se puede encontrar el comentario sobre la desconfianza en las instituciones gubernamentales públicas, quiénes están involucrados y la competencia total del cuerpo de policía. Podría decirse que la serie quiere tomar un lado específico al darnos un punto de vista casi neutro en el personaje principal, pero las imperfecciones que él demuestra lo hacen más interesante a la hora de observarlo en acción. Pensándolo bien, incluso, podría tratarse de una mirada doble a los aspectos morales de cada trabajo: hacerlo bien, sin cuestionar ni desobedecer, o hacerlo con las ideas e ideales fijos que llevan a cierta convicción rígida ante el resto del mundo.
Más aún, cuando la figura de la ministra es mostrada en su intimidad, termina siendo de desarrollo merecido para concretar el arco narrativo y que no parezca muy superficial. Es mas: resultan interesantísimos los paralelismos entre sus personajes femeninos (principales y secundarios), bien construidos y de diferentes características cada uno. Es serie en la cual se pueden encontrar personalidades singulares de mujeres que resaltan las destrezas de esas mentes más agudas (para bien y para mal) en los campos de la policía y la política.
Bodyguard, a ratos, se siente como si fuera un rompecabezas del cual van apareciendo las piezas sin que siquiera supiéramos que existían. Lo curioso es que tienen sentido una vez que se acomodan de la manera esperada. Y sin olvidar el adecuado aspecto visual e inteligencia a la hora de colocar los encuadres y puntos de vista, esta es serie que es fácil de recomendar, fácil de ver y fácil de digerir. Al parecer, este modelo de producción convencional es justo lo que hace falta de vez en cuando en la interminable lista de series por ver. Cheers!
La primera temporada de Bodyguard se encuentra disponible en Netflix.