Poop is funny.
El factor de la serialidad en las series de televisión es uno de los enganches más efectivos para seguirlas viendo. No depende tanto en el detalle específico que incita a que el espectador quiera pasar inmediatamente al siguiente episodio, sino del desarrollo que viene antes (y después) de ese punto de giro o de sorpresa. Con la llegada —y normalización— del binge watch y la implementación de una producción generalizada de la temporada, pocas series consiguen “llenar” el tiempo sin tomar desvíos innecesarios que no sean subtramas en función de la narrativa principal (tema para otra serie y otra ocasión). Pero hay ciertos ejemplos que definen sus pretensiones maratónicas como parte de la genética que los hace tan cautivantes y fáciles de ver.
Y es que pocos programas consiguen el nivel de consistencia episódica —y como temporada— que American Vandal tiene con solo dos años al aire. Al pasar desapercibida por muchos, el éxito silencioso de esta parodia documental no parecía ser más que un mal chiste sobre temas incómodos y las maneras en que pueden hacer gracia a ciertas personas. Luego de un sorpresivo primer año, esta ocasión, como siguiente paso al dibujo en spray de 27 penes en los autos de los maestros, la introducción de la temporada es el misterio de la limonada con laxante que hace defecar a más de la mitad de los estudiantes en un colegio privado (no son imágenes muy agradables de ver para quienes no encuentren la caca muy graciosa). De nuevo, el conflicto inicial es ridículo y no parece que vaya a tomarse mucho más en serio.
Por suerte, American Vandal construye a sus personajes —y sus arcos narrativos— con la mayor meticulosidad posible. Lo hace a través de los detalles que forman parte de las maneras en que hablan y actúan, lo cual funciona, además, como parte de las explicaciones y revelaciones conforme pasan los episodios. Y hablo de los personajes porque es a través de ellos que la trama se debe desarrollar; no se trata tanto de conocerlos, sino de entender y considerar cada aspecto de la investigación que concierne a estas personas, estén involucradas o no en el crimen.
Ahí, se distingue la familiaridad de la serie que mantiene su formato antológico en términos de la historia y del misterio (uno nuevo por cada temporada). La continuidad, entonces, reside en Peter y Sam, estudiantes de colegio que regresan como los productores e investigadores; esta vez, trabajan en respuesta al éxito venido del esfuerzo que hicieron con su primer documental en el universo construido durante la primera temporada. Aquí es de donde podría haberse pedido un poco más de interacción entre ellos, como los rostros reconocidos de la serie y para elevar el viaje narrativo de los personajes con quienes suponemos identificarnos de una temporada a otra. Pero el caso puede defenderse con que el enfoque que quisieron darle como documentalistas era el de no involucrar las emociones personales en favor de su nueva producción.
En todo caso, como pudo probarlo en su primera temporada, American Vandal va más allá de sus chistes e ideas absurdas, de las cuales no se pensaría mucho en investigar a fondo (mucho menos dedicarles cuatro horas de documental). Es junto al astuto manejo visual de la serie (entre sus imágenes recurrentes y bien colocadas de los momentos y textos en redes sociales) y a través de la colocación estratégica de las revelaciones es que esta serie permanece en el ojo del espectador. Eso sí, lo hace sin desperdiciar ni un solo segundo de metraje con sus ocho episodios por temporada y con colocación cuidadosa de los pasajes que llevan de un punto narrativo a otro. El suspenso lo maneja a la perfección dentro de la estructura de cada episodio, además de hacerlo cuando cada uno termina con su adecuado cliffhanger.
Más aún, al descubrir la verdad sobre los crímenes y cuando las resoluciones de la trama comienzan a revelarse, el paso del verdadero comentario de la serie queda claro una vez más. American Vandal nos habla, en realidad, sobre las manifestaciones de una generación que debe crecer e involucrarse demasiado con la tecnología y cómo esta influye en su día a día, dentro y fuera de las instituciones. La serie hace reflejo de las relaciones que siempre fueron caóticas entre compañeros de clase, pero que ahora pueden escudarse con ideas filtradas y prediseñadas que aparecen en las pantallas de los celulares. Tanto así, que cualquier rastro de algún sentimiento genuino despierta las más inesperada atención y búsqueda de contacto humano. Todo esto mientras el humor negro se abre paso entre escenas.
(Incluso, como detalle genial, la versión en español de la serie —cuando se le cambia la opción en configuración— es doblada con el audio en inglés en el fondo, igual que cuando se ven las series documentales en televisión por cable).
Entonces, sin esperar mucho éxito, pero acomodándose bien a los parámetros del binge watch (haciendo, además, excelente uso de sus episodios individuales), American Vandal se vuelve una serie con más profundidad, seriedad y corazón que muchas otras con temáticas sobre adolescentes. Gracias a su meticulosidad narrativa, esmero estructural y agudeza conceptual a la hora de contar una historia a través del falso documental, no está de más recordar que nunca debemos subestimar la más pequeña —y loca— idea, por más ridícula que parezca. Al final, la moraleja permanece y queda el buen sabor de poder encontrar entretenimiento inteligente y bien hecho entre tanta oferta y maratones que se olvidan o que no valen la pena. American Vandal queda grabada en la memoria y le sonríe maliciosamente a quienes disfrutan el rato viéndola.
Las dos temporadas de American Vandal se encuentran disponibles en Netflix.