Parece que sobran un poco las películas de acción y de aventuras extravagantes que pretenden conseguir cierto entusiasmo del público para que llenar las salas de cine. Lo cierto es que no todas están centradas en arriesgar la fórmula a la que están atadas para no perder el objetivo más importante de los estudios: la recolección de bastante dinero. Así es como han sobrevivido las ahora llamadas franquicias: continuaciones de cierta línea temática que hacen regresar a los espectadores a las salas de cine para ver a personajes reconocidos. Claro que no todos los intentos tienen éxito, pero una saga en particular ha sobrevivido el paso de los años y no parece querer detenerse, aún tomándose su tiempo en producir cada entrega que sale.
Del bolsillo productor del protagonista mismo, Tom Cruise, regresa la adecuada franquicia que cosecha éxitos desde 1996. Esta vez, como parte de una visión específica, el director y guionista, Christopher McQuarrie, trata de llevar al máximo cada secuencia de acción que compone. Sin mucha necesidad de salirse, justamente, de la fórmula del mundo en peligro y una misión secreta para salvarlo, Mission: Impossible – Fallout puede alardear de tener las mejores escenas de acción del año. Eso estando dentro de un guion que apenas necesita los diálogos que lleven a los personajes —y el desarrollo de la trama— de un punto a otro para funcionar como película.
El filme, así como sus antecesores, está hecho al servicio de Cruise. Su personaje es la franquicia y el rostro que sostiene al personaje de Ethan Hunt junto con las acrobacias mortales que hace. Es publicidad inteligente: al decir que, esta vez, Cruise se quebró el tobillo mientras realizaba un salto entre edificios, el interés por el filme podía incrementar. Lo mejor es que no necesitaba ese enganche para respaldar la tremenda película de acción que se termina viendo. Fallout consigue sorprender, sin mentirles, con cada segundo que pasa. Si se quiere entretener al público, que sea con secuencias como las que aparecen aquí: inventivas y cuidadosamente delimitadas (no se pierde nunca la coherencia).
Como parte de su encanto, aquí no hay muchos efectos especiales digitales, sino que son protagonistas los efectos prácticos, los cuales caracterizan la parte visual de la acción. Se trata de una premisa simple y de riesgo que lleva a sencillos encuentros que terminan siendo grandilocuentes por la manera en que son filmados (recordemos, son misiones imposibles). En orden: una caída libre desde un avión, una batalla mano a mano en un baño, una persecución automovilística y otra en los tejados, corriendo, y el clímax impresionante con dos helicópteros. No solo aceleran el pulso y enganchan la mirada del espectador por la increíble fotografía, sino que permiten elevar el estándar de cualquier otra película que pretenda hacer algo parecido.
Ahora bien, la delgada línea de una historia tan simple podría hacerla pecar de superficial; pero, por suerte, sí existe un pequeño indicio de contenido entre tanta bulla. Por ahí, dos escenas hacen que Fallout pueda mostrar la compasión del personaje principal y la razón por la cual siempre tiene éxito con sus misiones. Ese enfoque de cariño por una persona particular hace viaje hacia su grupo de amigos cercanos y se extiende al resto del mundo, como para salvarlo. No se puede tener total éxito sin un poco de sensibilidad humana. Es una lástima que el mismo Cruise perdiera aquí su supuesto carisma y actúe de manera tan simplona cuando su personaje tiene el viaje interno más interesante. De ahí, los personajes secundarios salvan el asunto con sus dinámicas y al encontrar catarsis en pequeños momentos de comedia, adecuados para descansar de la parte exagerada del resto del filme.
Así, Mission: Impossible – Fallout sabe lo que es y lo que quiere mostrar. No deja ni un solo segundo desaprovechado y le saca el jugo a la idea de elevar el riesgo con cada película. Consigue el balance entre la emoción y los diálogos que requieren atención para poder entender los geniales giros narrativos que surgen durante el segundo acto del filme. Sin esperar más que esa adrenalina e historia sencilla (combinada con excelente música), este es filme que —ojalá— puedan ver mientras todavía esté en las salas de cine. Merece cada centímetro de la pantalla.