Creo que ya tenemos a un fuerte contendiente para la estatuilla del Emmy por una miniserie o serie limitada. Hablo de Patrick Melrose, el personaje, y la serie como tal. Mi reacción inicial era que se trataría de algo superficial: otro ser humano egocéntrico e inmaduro emocionalmente, tratando de llevar su vida al extremo. Pero, afortunadamente, es mucho más que eso. El carisma y magnetismo de Benedict Cumberbatch (¿Benadryl Cabbagepatch?, uno de los nombres más ingleses), lo hace ir más allá de un simple tipo hedonista con daddy issues y personalidad esquizoide.
A través de sus facciones y su comportamiento, se puede llegar a notar el gran peso sobre sus hombros, como si el mundo le estuviera cayendo encima. Es alguien fundamentalmente decente, marcado de por vida por un acto atroz. Transcurre tan solo un día por episodio y son viñetas de momentos importantes en la vida de Patrick, y las personas que lo rodean a lo largo de diferentes décadas. Cada uno de los cinco es como un filme independiente, y todos se sienten distintos en tono, de acuerdo a la época correspondiente y el recorrido emocional del personaje.
Hace algunos años, a Cumberbatch le preguntaron en un AMA de Reddit que cual personaje literario le gustaría interpretar y él respondió con certeza: Patrick Melrose, el protagonista del quinteto de novelas auto biográficas de Edward St. Aubyn (cada una de ellas adaptada para la miniserie, un episodio por novela). Curioso es que el guionista David Nicholls tenía en mente a Cumberbatch desde antes de que él expresara su interés por el papel públicamente.
Las ataduras a su pasado y las ganas de romper con el ciclo abusivo, generado por el trauma psicológico que acarrea desde su infancia, lo hacen querer optar por una vida adulta significativa, y encontrar su lugar en el mundo. Busca empoderarse de alguna manera, a pesar de la gran cantidad de tropiezos a los que debió, y todavía debe, enfrentarse (sus propios hijos son sometidos a las repercusiones de esa misma negligencia intergeneracional). Lo más llamativo de todo es el proceso que conllevó Cumberbatch para encarnar a un adicto patológico (no solo al alcohol, pero complementado con heroína, anfetaminas, quaaludes y valium). Con consultores de alto calibre y expertos en el tema de la adicción a los opioides, logró plasmar en la pantalla cómo reacciona un fármaco dependiente cuando surgen efectos secundarios, tanto físicos, como anímicos.
Hugo Weaving, como David Melrose, interpreta a la perfección a un sadista cruel y Jennifer Jason Leigh, como su esposa, Eleanor, logró encarnar a una mujer que lo tiene todo, pero a la vez es conformista, alcohólica, sumisa e infeliz. Y kudos a Sebastian Maltz como el pequeño Patrick, ese niño me transmitió todo el rechazo y la injusticia a la que fue sometido, retenido en esa villa francesa, que irónicamente, contaba con bastantes hectáreas.
Quedé admirado con todo lo que involucró esta producción, la paleta de colores vívidos, los encuadres y la fotografía. Ya fuera durante las secuencias en las que cambia el ritmo de las tomas por estar representando el efecto de alguna droga, la distinción de las celebraciones aristocráticas, o la belleza y vastedad de la villa francesa. En tan solo cinco episodios, logró ser graciosa y reconfortante, a pesar de lidiar con la hipocresía, desolación y malicia en carne viva.
Me parecen sumamente enriquecedoras las historias que engloban las partes más trascendentales de la vida de una persona. Que no temen ahondar en las complejidades humanas de un individuo y los matices que forman parte de los momentos más altos, pero también de los más bajos. Patrick Melrose comparte esto con Olive Kitteridge, miniserie de HBO estrenada hace algunos años, y estelarizada por Frances McDormand, Richard Jenkins y Bill Murray. Así como McDormand y la serie arrasaron en los Emmys del 2015, y volviendo a mi idea del párrafo inicial, Cumberbatch es igual merecedor de todo el reconocimiento posible por uno de los mejores papeles de su vida, o sino el mejor.
Nobody should do that to anybody else.