Las historias de superhéroes se pueden hacer bien. Hay algunas, incluso, que pueden llegar a hacerse muy bien. El tiempo nos ha dado hasta entregas excelentes. Pero solo una de esas logró ser increíble. Se trata de esas historias que sobreviven el paso del tiempo, las segundas, terceras y cuartas repeticiones; de esas construcciones narrativas que no dejan de impresionar con cada nuevo detalle que se les descubre. Sucede que no hay filme igual a Los Increíbles, que logre transmitir tanto mientras se divierte y construye un universo fantástico posible.
Es por un aspecto trascendental en el núcleo de Los Increíbles que agrada a absolutamente todas las personas: su familia. Claro está, con el elemento de que tienen súper poderes como parte de la manera en que la historia se desarrollar. Pero primero vienen los dinamismos posibles y atinados en mostrar reacciones y acciones que tomaría cualquiera de nosotros, como individuos y como parte de una familia. No se trata solamente de un convencionalismo de “salvar el mundo” o “proteger la humanidad”, aspectos de mero patriotismo que se incluyen para elevar el riesgo y grandiosidad de este tipo de historias. Más bien, es sobre exponer el lado íntimo, más específico, creativo y —¿por qué no?— arriesgado, de estos personajes.
Poco nos imaginaríamos que catorce años después de su estreno, Los Increíbles seguiría siendo una de las mejores (si no, la mejor) películas de superhéroes de la historia. El furor que causó fue desde su inicio; no tenía competencia alguna. Pero con el pasar de los años, cada vez que aparecía en la tele o se nos ocurría sacar el DVD para repetirla, el disfrute siempre era inmenso. Desde el detonante inicial del hecho de demandar a un superhéroe y luego asentarlo en una vida de rutina y familiar es gozoso ver y admirar el ingenio que lleva la trama. Luego, como buen filme familiar de acción, cada secuencia está hecha con el cuidado para que el ojo del espectador no se pierda ningún detalle, pero quede absorbido por el movimiento, el ritmo y el riesgo.
Es por la visión estricta, apasionada y decidida de su creador y director, Brad Bird, que el triunfo de esta película va más allá de sus premios o análisis posibles. El cuidado por los detalles, el balance entre escenas, secuencias, música, movimientos de cámara y diseño de personajes concretan una historia con suficientes aspectos mundanos y fantásticos para hacerla universal y sin tiempo. La experiencia misma de verla es suficiente para dejar que la impresión permanezca y no haga falta comentarla mucho. Simplemente, está tan bien hecha, que solo queda estudiarla plano a plano en alguna clase de narrativa.
Su vibra positiva, pero realista, hace que resulte gozoso regresar al mundo que, por suerte, fue confeccionado en el estudio más minucioso en sus producciones, Pixar. De ahí, el trabajo impecable, pulido y siempre audaz de la animación; a veces, hasta más expresiva que la actuación de un actor de carne y hueso. Animación que deriva en situaciones que ni una película de enorme presupuesto habría logrado. Porque esa es la ventaja más grande de este género: el llevarnos a mundos desconocidos que jamás podría una cámara penetrar. Pero cuando se trata de animar personas, son las maneras en que se muestran, mueven e interactúan dentro de la historia que elevan el concepto inicial y lo convierten en el fenómeno que es hoy este filme.
De ahí, cada uno de los personajes en Los Increíbles sostiene los delicados hilos que tejen e intervienen en la película. El recordarlos a ellos y querer pasar tiempo mientras estén en casa, en la escuela, trabajo o en una aventura, es que resuena tanto la posibilidad de una secuela. Con el miedo de no poder llenar las expectativas de esta original, entonces, recordamos las capas de temas profundos y conceptos importantes que fueron plasmados en esta —llamémosla— obra de arte del cine.
Consecuente con sus ideas, eximia en sus partes formales, cuidadosa en el balance de lo infantil y lo maduro, Los Increíbles es filme de siempre para siempre. A través del estilo de sus personajes, que en personalidad podrían ser cualquiera de nosotros, nos queda el recuerdo de poder acompañar esta aventura compleja que comienza en la más pequeña y cotidiana dinámica familiar. Este es el ejemplo de que no importa el tema o tratamiento, el resultado puede ser excelente si uno demuestra que las cosas se hacen con cariño, minuciosidad y dedicación.