El cambio es una de las partes más importantes y aterrorizantes en la vida. No hay persona que no se escape de sentir, experimentar y hasta querer un cambio en el transcurso de la vida. En las películas, la idea del cambio es vital ante la ilusión de observar un viaje que se convierte para conseguir conflicto y tensión durante la narración. Pero, ¿qué pasa cuando los giros muy elaborados en una historia no tienen cabida o no pueden calzar en lo que se quiere contar? Aparece una película cuidadoso, comprensivo y curiosamente gracioso, en medio de los destellos y (sobre)elaboradas películas, la deslumbrante —aunque no en apariencia ni a primera vista— Lady Bird.
Verán: Christine no quiere que la llamen por su nombre (pun intended); ella decidió ponerse uno nuevo que la represente mejor. Así, Lady Bird, la película, sigue a Lady Bird, la protagonista, en su último año de colegio antes de irse a la universidad, dándonos, antes que nada, una historia de crecimiento y de demostración de un mundo que parece pequeño, pero que tiene las más altas aspiraciones. Este es un filme que demuestra la cápsula en la que vive esta muchacha y representa, como si fuera un álbum de recuerdos, el paso innegable y acelerado del tiempo.
Pero el eje central de Lady Bird está en la relación de una madre con su hija. Si bien la visión de la vida de esta adolescente protagonista es parte de un escape hacia una más idealizada, los regresos a la realidad siempre se cuelan entre cada corte. Se trata de la caracterización de una muchacha que se queja mucho y siempre quiere más de lo que tiene, pero las restricciones no le permiten crecer o abrirse a las maravillas que tiene su mundo, centrada solo en ella misma.
Es cuando Greta Gerwig, directora y guionista, para no limitarse a eso, decide expandir el filme y presentar mejor ese mundo en el que Lady Bird vive. Un constante desarrollo de situaciones que permiten entender la visión de la protagonista, con el balance apropiado de demostrar el que en realidad es. Lo increíble es que cada personaje secundario podría tener su propia película y de todas maneras sería interesante. Ese es el nivel de detalle que consiguen las escenas y los diálogos comunes, pero siempre ingeniosos.
Cuando, por lo general, los giros narrativos deben suceder durante un relato, en Lady Bird, esos giros son solamente las sorpresas de la vida, cambios inevitables con el paso del tiempo. Las cosas que pasan pueden cambiar o no la dinámica, pero siempre son micro relatos curiosos que aportan gotas de sabor y de experiencia. Por suerte, el viaje de cada personaje aquí no es menos importante que el de la protagonista, el mundo expandido es parte de ese crecimiento. De mejor manera, no hay actuación mala aquí, solo una dirección de actores específica y segura de lo que se quería mostrar. (Eso sí, los matices que logra Laurie Metcalf son increíbles).
Lady Bird desacelera su ritmo conforme avanza. Cada situación va más allá del disfrute y de la experiencia. Los pasos de Christine van tomando madurez y sensibilidad, así como las imágenes son el aprendizaje que queda como si fueran fotografías que albergan las memorias. En un contexto en el cual la atención es amor, la atención a los detalles está presente en Lady Bird en un plano más emocional que formal. Aunque esa parte sí está cuidada con sus transiciones, uso del espacio y geniales intervenciones de la música. Gerwig está presente en cada encuadre que construye de su historia, y ese sello personal es lo que la hace única, a pesar de sus lugares narrativos conocidos.
Así, la experiencia común de la demostración del crecimiento de una persona nunca había sido tan específica y adorable como la de Lady Bird. En el filme mismo está descrito su propósito e intención de lo que quiere contar: con solo describir cada momento, pero haciéndolo con profundo respeto y amor, es más que suficiente. Porque eso resulta ser nuestra vida al final de cuentas, una descripción de los momentos que nos marcaron y el recuerdo fugaz de las experiencias que nos hacen quienes somos hoy. Excelente.
1 Comment