En las películas, uno de los aspectos más difíciles de hacer bien son los diálogos. Si bien las imágenes y las actuaciones son parte clave de un buen desarrollo de la historia, las palabras que se dicen crean personalidad, permiten extender la visión de mundo de un personaje y son las que mueven gran parte de los relatos que se centran en ciertos géneros. En eso, resultan terriblemente irresistibles los parlamentos que Aaron Sorkin concibe para sus historias. Partiendo casi siempre de casos concretas para adaptar, Sorkin siempre centra sus esfuerzos en cómo sus personajes se expresan a través de puntiagudos diálogos y extravagantes explicaciones.
Esta vez, el conocido guionista encontró algo interesante que contar en la historia de Molly Bloom, campeona de esquí; luego, magnate del póker. Sin dejar que la realidad interfiera mucho, el relato que vemos representado en Molly’s Game quiere ser tomado como una ficción. La configuración de la protagonista es concreta desde que dice la primera palabra: sagaz, astuta, inteligente y testaruda (indudablemente, un personaje a lo Sorkin). El resto es la hiperactiva versión de los eventos que la llevaron a la cima y que terminan en una corte penal.
Lo curioso de Molly’s Game es que sabe manejar los momentos de aceleración y de más tranquilidad. Ahí, la dirección —del mismo Sorkin— permite que las partes más rápidas funcionen muy bien como flashbacks, cuando la carrera por organizar el “juego” florece (los cliffhanger en cada corte dejan ver un buen montaje, a pesar de que la dirección sea apenas competente). Luego, con el pie en el freno, la misma Molly se ve en necesidad de desacelerar el ritmo y callar su mente mientras suceden las escenas con su abogado defensor. Ahí, los diálogos de toman una expresión diferente cuando Idris Elba los expresa, dándole un nuevo giro a esa perspicacia sorkiniana.
Lastimosamente, las partes buenas siempre vienen con partes malas. La visión de mundo del escritor/director es clara y llena de altibajos, más ideológicos que narrativos. Con posiciones de superioridad desde los personajes masculinos que intentan traer abajo la figura principal femenina, tan bien diseñada y aún mejor interpretada. Jessica Chastain consigue darle fuerza y vitalidad a Molly, traspasado las ideas que vienen desde el guion y aún manteniendo la fuerza explicativa de las frases rimbombantes.
La parte terrible es la entrada tan forzada del padre de Molly y la conversación completa que tienen los dos. Con ánimos de darle profundidad a la protagonista, termina solo creando explicaciones forzadas y salidas fáciles para hacerle un terrible mansplaining insoportable y detestable. Claramente, desentona con el resto de la película que, por lo demás, se sostiene muy bien.
Siempre con más exposición de la cuenta, como si todos los espectadores fueran tontos (típico Aaron Sorkin), Molly’s Game consigue entretener y dejar al espectador pensando que la vida se puede ir en conversaciones ocurrentes y muy aceleradas. Salvado por la crítica a los excesos y a los peligros en los juegos de poder, el filme vale más de lo que parece por mostrar a su audaz protagonista mientras se abre paso en el mundo. Sea cual sea el obstáculo o desencuentro final, ella nunca se rinde. Y, la verdad, nunca hay que desaprovechar la oportunidad de ver en acción los diálogos del experto en personajes sabelotodo. Juega.