Pensemos en una de las fórmulas más conocidas del cine, una historia biográfica, y démosle el agregado estilístico de una narración elegante y hasta británica. Es casi seguro que llamará la atención para ver el manejo de sucesos que se aceptan como históricos y reales. Resultado explosivo. Por alguna razón, la mirada humana no puede dejar de volver hacia el pasado para sentirse bien de su presente (de la misma manera que imagina lo mejor —o peor— del futuro). Llega Darkest Hour y ensalza eso con la figura altanera y estrambótica de Winston Churchill y sus inicios como primer ministro de Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial.
A primera vista (y durante su primera hora) Darkest Hour, por sí sola, habría sido muy buena. Lastimosamente, así como quedó, es solo adecuada. Su historia, sobre las maniobras de guerra —desde lo político— y los conflictos internos de los miembros del parlamento, se queda tibia y sin lograr un subtexto interesante más allá del conflictivo uso del poder. Las razones son meramente estéticas. Ahí, Joe Wright sabe establecer y mover su cámara con ingenio y elegancia, aunque se repita a sí mismo y deje botado al final el dinamismo que consiguió durante la primera media hora de la película.
La fotografía de Bruno Delbonnel es impecable por sí sola, estableciendo la atmósfera que acompaña la personalidad del protagonista y sus fríos alrededores.
La música de Dario Marianelli es estridente, a veces discordante, pero adecuada en medio de las aspiraciones del filme que intenta ser mucho exterior sin mucho interior. Y eso que gran parte del metraje es en interiores, como si se intentara confinar a los personajes a su propia cárcel, alejada del resto del mundo (lo que hace una escena en el metro más discordante de lo que parece).
Entonces, el filme cae estrepitosamente por su protagonista. Para empezar, no se trata de un personaje complejo y dimensionado que es acompañado por los claros oscuros de las imágenes. Más bien, termina siendo una completa y ridícula caricatura que no hace más que gritar cada línea de diálogo que tiene. Eso se da desde la actuación totalmente lineal de Gary Oldman, quien se escuda detrás de su excelente maquillaje, pero que solo parece saber mover mucho la boca. ¿Por qué tomarse tanta molestia de contratar y enmascarar a este actor? (Por el simple hecho de recibir la atención de los premios que ha recibido con una actuación grandilocuente sin mucha profundidad histriónica).
Entonces, el dramatismo se convierte en pomposidad y teatralidad innecesaria para un relato así. Por más que se vuelva interesante ver una historia desenvolverse entre paredes de búnkeres y cuartos para el té, Darkest Hour se olvida de enfocar la narrativa y de darle continuidad. Los viajes de los personajes secundarios (especialmente los femeninos) cierran a la fuerza y sin mucha importancia. No existe la emocionalidad que el filme cree que tiene (la misma historia quedó mucho mejor contada desde otro ángulo).
Así, el Winston Churchill de Darkest Hour es oscilante en estados de ánimo y en el viaje emocional que le establece el guion. A veces, sí; a veces, no. Al final, no es más que la mirada efectista de unos cuantos acontecimientos alargados y estirados innecesariamente, con un planteamiento y estrategia detrás de la cámara lo suficientemente maduros como para conseguir partes de calidad. Apenas coherente y sostenida, no sé su puedo hablar mucho de una profundidad política, temática o de caracterización en esta historia. El mismo Churchill llegaría a interrumpirme.
Calificación: 6