La época dorada de las sagas de películas basadas en libros populares para jóvenes llega a su fin. El éxito que comenzó con fenómenos como Harry Potter o El Señor de los Anillos quiso ser repetido por los grandes estudios que intentaron dar luz verde a cualquier novela juvenil popular que fuera publicada. Pocas lograron la magnitud de esas dos anteriores. Crepúsculo y Los Juegos del Hambre se vieron en la suerte de tener seguidores muy intensos (incluso siendo las pelis de los vampiros bien malitas; y las de Katniss, interesantes en sus conceptos y una segunda muy buena). Pero para hoy, el ojo está más puesto en superhéroes y otros estilos. Ese gusto por las trilogías quedó atrás.
Por eso, sin mucho alardeo y de muy buen perfil en taquilla (por ser un filme barato y de muy buenas ganancias), la saga Maze Runner se mantuvo a flote y consiguió llegar hasta el final de su —no tan— ambiciosa propuesta. La primera adaptación consiguió ser lo suficientemente exitosa como para que la segunda fuera filmada y la tercera también planeada para que estrene esta semana en cines. Resulta curioso ver la especie de obligación del estudio de lanzarla en la época menos competitiva de la cartelera. En todo caso, el leve éxito consiguió que la trilogía pudiera concluir su ciclo en las pantallas de cine.
Entonces, The Maze Runner, como inicio, estuvo llena de brío y misterio, una introducción atrevida a una historia distópica de elementos particulares. Es cierto que cae un poco en acción exagerada y bulliciosa en su última media hora, pero la energía y curiosidad del concepto inicial logra mantener un interés apropiado y constante como parte de una narrativa aislada, nunca aburrida. Este sería filme que conquistaría a muchos que ni siquiera habían leído los libros (incluyéndome). El enganche surtió efecto y consolidó la pequeña saga de grandes ambiciones en una diversión y buen rato frente a la pantalla. La primera funciona muy bien como historia concreta y como introducción del mundo.
Al expandir el universo hacia The Scorch Trials, la saga tenía la posibilidad de construir una historia de rebelión y de forajidos que apenas podían sobrevivir uno con el otro. En cambio, la segunda película es un montón de recopilaciones de escenas de los personajes gritando “¡cuidado!” y corriendo de un lugar a otro. Curiosamente, el título en español de la primera funciona mejor en la segunda: “Correr o Morir”. Porque cuando les digo “correr” es que corren y corren y corren y corren y corren. Es un poco más difícil defender la falta de historia y exceso de personajes corriendo que tiene esta segunda parte. Pero ahí queda, como débil puente.
La clave de estos filmes es la elección de actores. Los rostros familiares siempre son parte del encanto y el magnetismo que hace a la audiencia volver a las salas. Más que la historia misma, el viaje de los personajes y las dinámicas entre ellos corresponderán a la mejor parte de esta saga. El carisma que llevan es más por personalidad que por actuaciones, pero sostienen el universo imaginado en el cual nos adentramos como espectadores. Entre tanta bulla y efecto especial, las personas de carne y hueso son las que destacan.
De esta manera, Maze Runner intenta demostrar los lazos de amistad que se pueden forjar con nuevos amigos, la valentía que se manifiesta y cómo se puede contar con ellos en situaciones de peligro. Con la idea de que las sagas y trilogías juveniles están llegando a su fin (claro que los libros siguen siendo la manera más segura de conseguir éxitos de taquilla), queda esperar el desenlace de esta agradable historia y las sorpresas que pueda ofrecer en su tercera parte. Es más: tiene más que merecido que pueda terminar en pantalla grande su viaje. Así, The Maze Runner, como entretenimiento light, sin ánimos de dañar a nadie, pasa la prueba.