Cuando estrenó el año pasado, Stranger Things se convirtió, sin que nadie lo predijera, en uno de los fenómenos más grandes del momento. Sin publicidad alguna o reseñas que la destacaran mucho, la serie creció con un simple afiche llamativo y con las recomendaciones entre amigos que quedaban fascinados con la curiosa atmósfera ochentera. La sorpresa fue que llegara a ganar varios premios en el camino hasta ser nominada como mejor serie dramática en los premios Emmy (con más nominaciones en escritura, dirección y actuación), ganando, además, varias categorías técnicas (entre ellas, la más merecida: casting).
Lo interesante es que Stranger Things no resultó ser más que un escapismo bien hecho y bien intencionado. Más allá de su adecuada producción, los elementos para completar una serie de televisión la hacían buena, pero no excelente. Siempre adorada por muchísima más gente de la que los creadores siquiera imaginaron.
Llega su segunda parte y la sorpresa es más que satisfactoria. Parece que hacía falta una temporada para formular una con mejor planeamiento, seguridad y convicción. Muy oportunamente titulada, Stranger Things 2 es la secuela del relato original que tanto abarcó conversaciones el año pasado, pero mejor, más ambiciosa y mil veces más pulida que su predecesora. Eso sí, hay que aceptar que hacía falta que existiera ese primer intento para continuar el emocionante viaje del montón de personajes que se decidieron incluir en el programa.
Y lo curioso es que ahí está una de sus mayores virtudes y ventajas narrativas: el mostrarnos todos los ángulos de la acción, el viaje de cada personaje por separado en el lugar que estén, más efectivo será el cierre que los reúna en grupo. Más que una película muy larga (como erróneamente la quieren ver sus creadores, los hermanos Duffer), Stranger Things 2 es el genial uso de la separación por episodio que caracteriza una serie y la facilidad de sostener un arco narrativo general por la poca cantidad de horas que fueron producidas.
Esta es una serie que sabe lo que quiere y cómo lo quiere hacer (los hermanos, que escribieron y dirigieron los primeros y últimos dos episodios, tienen un curioso estilo enfocado en sonidos fuertes: muy ingenioso). Con más astucia, la narrativa principal nunca pierde su intensidad. Cuando parece que la cosa va a calmarse un poco, algún detalle nuevo aparece y pone en marcha más engranajes para el siguiente episodio (excelente ritmo). Siempre cuidando que las historias se ajusten a un modelo que, milagrosamente, es más episódico que la primera temporada. Funciona si se la ve lenta o súper rápidamente. Y lo más importante: el tiempo nunca está sobrando porque surge en forma de oportunidades que observan a los personajes interactuar entre ellos y desarrollar las dinámicas más orgánicamente. Así, la intensidad de la trama A se aprecia mejor porque esos momentos B sientan las bases para que el clímax contenga más peso emocional y catártico.
La serie funciona muy bien como temporada de televisión antes de entrar al enfrentamiento final y concretar las diferentes subtramas que se plantean. Pero se trata de detalles que sí están ligados al resto de la serie. De esa manera, la grandiosidad de los últimos dos episodios queda completamente merecida. De inmediato, el epílogo de esta segunda parte resulta en los mejores minutos que la serie ha producido, al reconocer la fortaleza más importante: su ensamble de personajes y el entorno que los hace quiénes son y cómo interactúan entre ellos. Buenísimo final.
Eso sí, ST2 no se queda sin sus pequeñas fallas en el camino. Uno de sus episodios, el siete, peca de repetitivo y de distracción de la trama principal (con malas actuaciones). Nada más que un intento de profundizar la mitología de la famosa Eleven que solo termina siendo un puente entre el descubrimiento que podía haberse hecho en menos tiempo. Por otro lado, uno de sus personajes secundarios introducidos este año no pasa de mera caricatura, sin mucho propósito ni como personaje ni para el resto de la serie (paradójicamente bien actuado por Dacre Montgomery).
Entonces, con una banda sonora y escogencia de canciones impecables, Stranger Things 2 fluye y deja pasar los minutos como si nada más en el mundo importara. La clave de su éxito está en sus héroes poco convencionales, esos que deben lidiar con el peligro sin que nadie más les ayude. Como si se tratara de uno mismo y hubiese que acompañar y ayudar a estos chicos vencer el miedo del exterior y el de enfrentar a los amigos más cercanos.
Así, ST2 se vuelve de mayor escala, para gusto y deleite de todos; pero, al mismo tiempo, se vuelve más íntima, uniendo a sus personajes con más cuidado y dándoles la evolución que se merecen. Al entender que los cambios son inevitables —especialmente en adolescentes— y que la evolución de las historias siempre lleva a lo mejor, el crecimiento de estos personajes específicos puede darse desde adentro y brillar mágicamente hacia afuera. Concretando, entonces, el segundo año de esta particular serie, más alto que el primero. ¡Enhorabuena!
Las dos temporadas de Stranger Things están disponibles en Netflix.
Excelente reseña, Sergio. Para mí, la segunda temporada arrancó a partir del capítulo 3. Me pareció muy apañado el diseño del tránsito de 011 (Jane), desde la infancia a la adolescencia y, sobre todo, desde su condición de «freak» al estatus de humana excepcional. Las escenas de celos y las rabietas preadolescentes del personaje le acribillaron toda la magia y potencia acumulada durante la primera temporada. Por lo demás, una serie donde el «cliché» debe entenderse como virtud y en la que Sean Astin es infumable con tanta bondad rezumándole por los cuatro costados. Seguiré tus amenos textos.