Pocas veces se acierta en contar una historia con un espacio limitado y los alrededores que lo caracterizan. Con indicios teatrales, las narrativas cinematográficas que suceden en un solo espacio se centran en desarrollar personajes y el espectro emocional que deviene en la historia. A veces, la evolución del relato es lo que cuenta primero, pero siempre se llega a indagar en las características que moldean cada aspecto que se desarrolla en pantalla, implícito y explícito.
Curiosamente, con la nueva película de Sofia Coppola, The Beguiled (“El seductor”), el espacio es fundamental para delimitar la atmósfera y el estado de ánimo de la historia. Localizada en Virginia, durante la primera guerra civil en Estados Unidos, en 1864, The Beguiled es clara y simple en su planteamiento y desarrollo. La inmersión es inmediata y de buen ver. A través de su elegante fotografía, las emociones surgen y se desvanecen con el ir y venir de una sencillez y claridad del curioso encuadre de antaño.
Esa sencillez de su premisa da paso para que la dirección de Coppola no sea invasiva, sino reflexiva; atenta a los alrededores y escenarios restringidos de la historia. Ella deja que sus personajes vayan destapándose por sí solos, con actuaciones excelentes de todo el elenco (de la más grande hasta la más pequeña) y mostrando el encierro que representa el elemento pacífico en el cual se rodean las siete mujeres de la enorme casa. La irrupción de esa paz se da de manera inocente y sin que ninguna vaticine el comportamiento que se desenvolverá en la libertad del bosque, pero confiado a las paredes de la casa.
Al llegar el cabo herido al núcleo “familiar” —el detonante masculino— cada emoción visceral o restringida se abre paso entre el silencio de los jardines y los chirridos de la madrea (y de las chicharras). Son los lejanos cañones de la batalla el constante recuerdo de la guerra exterior que no deja de vivirse también en la intimidad cada personaje, entre ropajes limpios y clases de francés.
Entonces, un poco resquebrajada, la sororidad queda representada en una toma casi al final, en la cual ni una de las chicas está sola en el encuadre. Él, por sus acciones, queda aislado entre diálogos y tomas alejadas. La cámara transita y lleva la tensión con precisión y cautela: es clímax silencioso, pero poderoso y propio del arte cinematográfico. Así, la unión hace la fuerza (y la astucia le gana a la fuerza), las mujeres de la casa se dan cuenta de esto a tiempo y toman acción para enfrentar la fuerza que las separó y terminó amenazándolas.
Entonces, The Beguiled es historia circular, cerrada y minuciosa. Su perfecto final (en especial, la última imagen: de vuelta al encierro y estatus quo) concluye la inmersión y acercamiento a la particular historia de estas mujeres. Como espectadores, es todo lo que nos tocaba ver y eso la concreta como cine singular; incluso, siendo refrito.
Sin música alguna, los sonidos del bosque son suaves y ensordecedores. Los alrededores naturales representan la libertad del exterior, esa que restringe y, a su vez, almacena secretos y deseos. Una constante paradoja natural. Ahí dentro, de la cerca y hasta la casa, se demuestra el brío, la constancia, valentía y humanidad de siete mujeres: siete razones suficientes para ver este cine excelente.