Así, con minúscula, Darren Aronosfky, luego de triunfar con Black Swan y desilusionar con Noah, regresa y espanta audiencias con mother! (¡madre!— título curiosamente elegante), especie de sueño y pesadilla que sin duda despierta la curiosidad que engancha a cualquier espectador. Este es un filme audaz y frustrante; que cansa y resulta hasta de necesaria repetición. Mother! se centra, como parte de su texto, en una pareja que vive en una casa en medio de una pradera: él, escritor sin inspiración; ella, su fiel compañía y apoyo. Cuando un invitado inesperado aparece, todo cae en picada y en remolino al mismo tiempo, sin descanso alguno de las consecuencias que traen estas visitas.
Al mismo tiempo mother!, como parte de su amplísimo subtexto, excava las frustraciones y emociones más bajas para desenterrar capa tras capa de alegorías precisas o individuales y conectadas entre sí. Una cosa no excluye la otra, y lo que parece algo al principio, al final puede ser el completo opuesto de lo que se creía. Se trata de un subtexto incómodo, sugerente, atrevido, confuso y desafiante; en ningún momento, indescifrable. A veces, las partes sugestivas de un filme son las que lo hacen más interesante. Aquí, eso, junto con lo formal, la termina de hacer aún más valiosa.
Sin salirse de un esquema narrativo convencional, mother! plantea sus acontecimientos como desconectados y sin mucha explicación: hay que dejarse llevar en el remolino que es esta película. Aronofsky deja que cada pieza se mueva como mejor le plazca, siempre desde la posición de la observadora constante que se mueve en su perspectiva subjetiva (point of view). No hay muchos planos estáticos. La constante tensión de la protagonista (una Jennifer Lawrence impecable) se refleja en la incansable cámara que la sigue y sigue sin detenerse, siempre en busca de respuestas —o cierto alivio— que jamás tendrá.
Estamos ante un filme sin tiempo, en el cual suceden cosas en un abrir y cerrar de ojos. Al mismo tiempo, el ritmo hace que parezca eterno, de nunca acabar y sin poder escapar (de ahí su carácter de pesadilla). La validez de su denuncia —y de su moraleja— no se pierde entre los adecuados efectos prácticos, especiales y de sonido. Si cada acción tiene una consecuencia, en ¡madre!, esas llevan a imágenes duras y sugerentes que ponen incómodo hasta al espectador más desinteresado. En cierto momento, más bien, se alarga un poco mucho al iniciar su tercer acto, mostrando horrores de la historia misma (y de la humanidad) en una secuencia que cansa un poco. Pero esa pudo haber sido la intención desde un principio.
El desagrado que pueda causar es porque transmite cada aspecto de la bajeza humana en un pequeño espacio que encarcela a cualquiera que entre en ella (la casa). Es el reflejo de la sociedad misma, la claustrofobia imposible de escapar que advierte los procesos de evolución y comportamiento humanos que más persisten y afectan a través del tiempo (el nuestro y el de la película). Que la alegoría persista o se vuelva demasiado evidente no le quita validez, profundidad y fuerza a la demostración de una narración frustrante y sin sobrantes dentro de su encuadre.
Mother! no es cine fácil. Para nada. Más bien, le queda bien que sea promocionada como cine de terror; ese que refleja las más crudas verdades humanas y los miedos instintivos, a través de imágenes tanto sutiles como muy evidentes. De ahí que cualquier interpretación es válida entre los simbolismos que el director deja aquí plasmados. Así de atinada es. Por eso, para no quedar con las ganas, este es filme que debe verse por lo que emana en el momento que transcurre y por las curiosas emociones que consigue despertar al verlo. El análisis de su intención o comprensión de qué diantres significa todo puede quedar para después.