¿Cuáles son las consecuencias de lo que creemos? ¿Cómo se entienden los sucesos, bueno y malos, que ocurren en las vidas de cada individuo? Si escuchamos algo o existe un sentimiento que lleva a tomar cierta decisión, ¿cómo estar seguros de que esa es la respuesta correcta? Pues no lo estamos. Los acontecimientos pasados ya son historia y el futuro es solo una pregunta abierta. Lo importante es lo que sucede en este momento y lo que hagamos con eso. Pero qué difícil no recordar ser parte de ese pasado o no tener presente el miedo y la incertidumbre de ese futuro.
Parte de la maravilla que es The Leftovers es la facilidad que tiene para dejar abierto el camino a la infinidad de interpretaciones que pueden venir de todo aquel que la ve. No hace falta entender mucho para lograr encontrar las maneras explícitas e implícitas que la serie quiere dejar plasmadas en sus momentos, sean secuencias silenciosas, enfoques de rostros, montajes fenomenales de canciones o escenas de apenas segundos que pueden hacer que todo lo que había sucedido antes tenga sentido. Aquí, las partes (cada episodio y sus momentos) hacen que el arco general de la serie cobre sentido conforme se observa. El sentimiento es individual, pero colectivo (de la misma manera con la audiencia).
The Leftovers es serie única en su estilo. No tanto por la manera formal en que se presenta: su estructura es claramente episódica y de excelente construcción de actos narrativos y arcos de personajes (además de las relaciones entre ellos). Es, más bien, por la profundidad y ambigüedad de sus temas dentro de un mundo interno, crudo en su propia realidad, reflejando matices de la nuestra, pero con las consecuencias y acontecimientos de la que los escritores han creado.
En televisión, a diferencia del cine, las imágenes deben ser la parte facilitadora de una historia que fluye a través de sus personajes, aquello que les aqueja o emociona, lo que les preocupa y los deseos más intensos que puedan tener. En The Leftovers, eso es, justamente, lo que lleva adelante la narración, por más creativos que resulten los guiños visuales. Bastaron, por ejemplo, los últimos minutos del cuarto episodios de esta temporada para traer abajo una relación que había sido la base de la serie. La discusión entre Kevin y Nora es visceral, real y orgánica, a pesar de ser tan dolorosa. O, incluso, en el episodio anterior, cuando una mujer, Grace, expresa su más profundo sentimiento de la vida pero solo porque pensó que había recibido una respuesta a su dolor más grande. Es en manos de Damon Lindelof que ningún personaje queda olvidado.
Entonces, esta es una serie de viajes individuales en una realidad de sufrimiento y muchísima duda. Son esos procesos personales que se entrelazan con los de los demás para (al menos, intentar) construir relaciones que permitan un ápice de felicidad o normalidad en el desgarrador mundo que deben enfrentar los personajes. En otros casos, como con Matt, el hermano de Nora, la esperanza es lo último que se pierde, aunque eso venga con tantísima incertidumbre e interminables conjeturas.
Aún nos quedan, por suerte, cuatro episodios de la última temporada de la serie que parece tener un propósito, pero que solo —sabemos— dejará más preguntas al final de cada una de sus entregas (casi siempre, para bien). Y a diferencia de la segunda temporada, que tuvo un misterio que aclarar desde el primer episodio, esta tercera mantiene el camino casi totalmente desconocido para el espectador. Se vuelve emocionante y aterrador para quienes están involucrados. Y puedo decir, aunque no sepa nada de lo que sucederá: fascinante camino el que nos espera. Nos vemos al final del túnel.
The Leftovers se transmite los domingos a las 9p.m. por HBO