Norma Bates fue una madre con buenas intenciones. ¿Fue la peor madre del mundo? Es posible. Pero no queda duda de que dio su mejor esfuerzo en contener el desastre mental que resultó ser su hijo. Al menos así es como Bates Motel le hizo justicia al personaje imaginario del cual solo se tenía un cadáver del filme original, la base de la serie. Desde Psycho (“Psicosis”, de Alfred Hitchcock), la persona que conocíamos, que sabíamos cuál sería su eventual final, era a Norman, irremediablemente dirigido hacia su propio caos. Pero fue Norma la que sobresalió durante los años de vida que se pudieron ver durante la serie.
Al morir de la manera más inesperada —casi pacífica—en la temporada pasada, la Norma Bates que conocimos y vimos sufrir y sonreír desaparece. Aún se siente su ausencia y resulta difícil de creer que una mujer de tanta vitalidad desaparezca así de sencillo. Claro, para el último año de la serie, Vera Farmiga no se iría a ningún lugar. Su personaje —o la versión más macabra y antagonista de ella— seguiría apareciendo, muy intensamente, a través de la mente de Norman, que ahora vive solo en la mansión de la colina. Es una genial manera de introducir la historia clásica y original a la serie que pretendía funcionar como una precuela no tan deseada durante su inicio.
Fue la sorpresa más grande descubrir que sería la historia particular que ha llegado a convertirse. Más allá de la Psicosis de Hitchcock, Bates Motel se envalentonó y decidió tomar las riendas de su propio universo y darle el giro necesario para alejarse de la película y, al mismo tiempo, aportar un homenaje apropiado. La famosa escena de la ducha en la habitación número uno del motel viene de un giro narrativo tan bien planeado y ejecutado con tan buen ritmo que llega apenas en el medio de la temporada (ese no les pienso contar; les tocará ver por ustedes mismos), dándole tiempo y espacio a que el resto de la historia concluya orgánicamente.
Así, los momentos propios, fuera de lo clásico, vienen a ser los más significativos de la serie, con facilidad de perdurar como parte del canon de la historia de Norman Bates. Las conversaciones que tienen él y su madre permiten ver la evolución de esta relación y cómo se refleja en esta última temporada. Más enfermiza luego de haber convivido con ellos durante cuatro años, y sin la Norma verdadera, ahora en una relación que mantiene su dinámica un poco más retorcida dentro de la mente de Norman. Al ser esta figura una extensión de él, y al haber dejado al personaje atrás, puede convertirse en la interrupción constante hacia la felicidad y tranquilidad del pobre protagonista. El juego de la dualidad es constante e intrigante, si no frustrante y alarmante.
En Bates Motel, el ritmo a veces parece ir demasiado lento y sin rumbo alguno (en ciertos personajes y subtramas), pero son el viaje adecuado para lo que se desarrolla en sus episodios finales. El equipo de escritores se toma su tiempo para explorar los diálogos entre sus personajes y darles las motivaciones correctas para cuando sucedan los acontecimientos más intensos, sin quitarle mérito a la profundización que se hace con las conversaciones y juegos de cámara cuando Norman habla con la Norma de su cabeza. Genial.
Luego de que todas las verdades salen a la luz, lo único que queda es disfrutar la lenta y dolorosa caída de Norman hacia la locura. Él mismo se da cuenta de la barbaridad que tiene dentro y quiere hacer las cosas bien, pero la personalidad abusiva y macabra que vive dentro de él no se rinde ni se deja vencer. Así, si Norman consigue estar tranquilo por algún momento de su vida, ya no estaremos para verlo, venza a su doble personalidad o no. Por el momento, Bates Motel concluye con atinadas e interesantes decisiones a través de sus cinco temporadas que valdrá la pena repetir en el futuro.
Las primeras tres temporadas de Bates Motel se encuentran en Netflix. Se transmite en Universal Channel Latinoamérica.