Al anunciar con bastante suspenso, y de manera casi graciosa, el premio final de la noche, Warren Beatty y Faye Dunaway no se habían dado cuenta de que algo iría terriblemente mal. Él no supo qué hacer; ella solo se apresuró a decir el primer nombre que leyó en el papel. Y esto es lo mejor: como ya era muy tarde y el lunes acechaba con su llegada, muchísimas personas apagaron el televisor sin quedarse a escuchar el discurso de la coronada La La Land (la predicción que la gran mayoría para ganar). La cosa fue que, si no se fijaron en sus teléfonos donde la cosa explotó en el Internet, no pudieron ver el increíble momento que siguió unos segundos después.
Se habían equivocado de sobre.*
Durante varios momentos de confusión y desorden en el escenario, fue el productor mismo de La La Land, Jordan Horowitz, quien anunció que, en realidad, la ganadora a Mejor Película había sido Moonlight. Un error garrafal que nunca había sucedido en la historia de los Oscar.
*(El asunto fue así: para cada evento, la firma que cuenta y sabe los resultados antes de la ceremonia imprime y deja en sobre dos juegos de los ganadores. Durante la ceremonia, dos encargados —que deben memorizar los resultados antes, justamente para que no haya malentendidos— se colocan en cada lado del escenario tras bambalinas. Ellos entregan el sobre indicado para la categoría a los presentadores, pero dependiendo del lado que vayan a salir. La confusión surgió porque a Warren y a Faye se les dio el sobre de Mejor Actriz, dejando a uno sin saber qué decir y a otra sin fijarse bien en lo que estaba impreso. El resto es historia.)
Esos últimos cinco minutos de la transmisión fueron —y serán recordados como— un glorioso caos de la televisión en vivo. Porque, recordemos, los Oscar son, en esencia, un programa de televisión. Los aspectos técnicos y formales de este evento funcionan como un programa con su director, productores y encuadres televisivos para entretener a quienes ven en casa. De muchos depende que una ceremonia tan complicada sea exitosa fuera de los resultados desconocidos (es decir, se prepara para cualquier desenlace que vaya a suceder). Nadie se esperaba que algo así fuera a pasar al final. Un momento crudo y real entre tanto brillo superficial y merecida artificialidad.
El giro va más como la alegría de ver a un filme un poco más importante y relevante llevarse el premio más grande de la noche. Contra todo pronóstico que quiere definir la carrera antes sin chance a que exista este tipo de sorpresas. Con Moonlight, resulta ser empatía sobre escapismo; triunfo del concepto profundo ante el logro técnico de historia convencional. De ahí, el acontecimiento que le rodeó fue el mejor —o peor— agregado que podrían haber tenido.
Y será un acontecimiento difícil de superar.
El resto de la gala, todo lo que había pasado antes (que sí sucedió), parecía poco importante. De repente, nadie se acordó de las pocas victorias que la supuesta favorita iba a ganar (se llevó seis en total). Las presentaciones de las canciones, los chistes de Jimmy Kimmel, uno que otro discurso memorable, todo se vio opacado por ese momento. Y es una lástima, porque, en general, la ceremonia había transcurrido con fluidez y tranquilidad. Desde el primer momento en que Justin Timberlake comenzó a cantar y puso a bailar al público del teatro (históricamente, los Oscar tienen una de las audiencias más estresadas y aburridas), la producción se libró de presentar una de las canciones nominadas y poder comenzar con una energía diferente. El enganche estuvo en la constante presencia de Kimmel. Él logró sacar risas en el teatro que muy pocos anfitriones consiguen. De ahí que la vibra positiva podía sentirse a través de la pantalla. Un par de bromas ingeniosas entre cortes, tuits al presidente, el constante —muy gracioso— maltrato a Matt Damon y un extraño episodio de transeúntes que colaron al teatro (sin mucha razón de peso) demostraron que Jimmy Kimmel hizo buen trabajo y ayudó a que el evento no fuera el bostezo que había sido desde que Ellen maravilló en el 2014.
Los inesperados ganes para Hacksaw Ridge y Arrival en categorías técnicas (sonido y edición) sorprendieron muchas de las predicciones para la película que había logrado catorce nominaciones. Por ahí, el primer Oscar para la franquicia de Harry Potter asombró cuando Colleen Atwood ganó su cuarta estatuilla por diseñar el vestuario de Fantastic Beasts and Where to Find Them. Zootopia y Piper se llevaron sus respectivos galardones en animación. The Salesman (El Cliente) triunfó ante los asuntos políticos de la inmigración. Y las actuaciones, como fueron pronosticadas, fueron de Mahershala Ali (Moonlight), Viola Davis (Fences), Emma Stone (La La Land) y Casey Affleck (Manchester By The Sea). Este último causó un poco de controversia luego de haber ganado, cuando se empezaron a recordar en redes las acusaciones de acoso sexual que tuvo el actor. Como es un asunto tan serio y digno de análisis (caso resuelto fuera de la corte), diremos que Affleck ganó por el mérito de haber tenido tan excelente actuación en su película, no por lo que le rodea o por cómo será en su vida cotidiana.
Al final, el constante recuerdo de que “cualquier cosa puede suceder” que mencionan los realizadores de TV en vivo se vio en su máximo esplendor durante esos últimos minutos. Podrá ser algo sorprendente y climático, un desliz que cautiva al espectador que ve con asombro cómo todo se desenvuelve, pero es una parte real y probable (poco común) del oficio meticuloso y organizado que tienen estos eventos (siendo esta una gala que, de por sí, ya había sido bastante agradable, sencilla y bien llevada).
La espontaneidad de momentos así son los que hacen vibrar el aspecto de entretenimiento por cable que quieren ofrecer los Oscar. Estoy seguro que no con errores así de disparatados (que muchos recordarán y perdurará en la memoria de los que siguen muy de cerca estas premiaciones), pero que no deja de ser noticia pasajera y entretenida para el resto del mundo.
Eso sí: cualquier rostro que uno encuentra en los videos y las fotografías de la noche es parte de ese glorioso recuerdo de incomodidad, confusión y estupefacción que inundó por varios segundo el teatro y, por extensión, a todos aquellos que vimos el momento en vivo. ¡Sorpresa que se llevarían a la mañana siguiente quienes dieron por terminada la cosa al escuchar ese último anuncio! La lección: quedarse a ver todo hasta el puro final. Un par de segundos pueden hacer la diferencia.