Here’s to the fools who dream!
¿Qué significa que una película sea un musical? ¿Acaso es una manera en la que solo aparecerán emociones forzadas de felicidad o tristeza? ¿O como una salida extrema de la realidad que se basa solo en otras formas artísticas? ¿Acaso no calzan el baile y el canto en el cine? ¿Es la expresión musical una razón para quitarle seriedad a un argumento?
Las diversas maneras de moldear una historia vienen de la mano, gustos y visión de sus realizadores; complazca o no a aquellos que la verán completada. Las características serán atractivas para cierto público y no tanto para otro, pero eso no quita el deseo de contar, a través de imágenes y sonido, aquello que se quiere transmitir para que los demás puedan ver y disfrutar.
Ahora, en esa línea de pensamiento, la característica principal en las películas de Damien Chazelle es que busca, con mucho fervor, rescatar el curioso sonido del jazz clásico. A través de sus ojos, dirección trae a la vida diferentes maneras de recuperar este estilo de hacer y escuchar música (recordemos la incansable Whiplash), así como el estilo de hacer y ver el género en el cual enmarca su nueva película. Con intenso sabor dulce y agregada nostalgia, Damien construye, desde cero, su tercer largometraje: el musical del momento, La La Land.
Al escuchar las primeras tonadas de la canción inicial de este mágico filme (un preludio espectacular), Chazelle activa esa parte del cerebro humano que debería desbordar alegría o, al menos, que se encuentra moviendo los pies mientras se está en la butaca. La magia del cine y sus alcances y posibilidades se ven reflejadas en esa curiosa fantasía de poder salir del auto y cantar mientras pasa la presa y la congestión vial y emocional que todo el mundo conoce. De ahí en adelante, la historia de Mia y Sebastian se desarrolla con naturalidad y con una sed incansable de verle lo bueno y esperanzador a la vida, por más dura que sea.
Así, La La Land acepta y se entremezcla con su música, deja que esta llene las emociones de felicidad, los anhelos y sueños de sus personajes. Los inicios de cada canción resultan orgánicos y apropiados con cada inicio de tonada, sin olvidar los diálogos igualmente importantes y certeros en comunicar la dinámica de esta pareja. Ryan Gosling y Emma Stone echan chispas de la excelente química natural que comparten y transmiten. De tal manera que funcionan como el dúo ideal en los momentos de baile y durante los más dramáticos. Son una pareja con la cual la audiencia puede verse identificada, sea cual sea el aspecto que más llame la atención. Así es como triunfan al frente: como actores (teniendo Emma la mejor interpretación) y con la construcción tan detallada de personajes. Porque ese aspecto nunca se pierde dentro del guion y en el tratamiento casi circular del relato.
El filme tiene hasta sutiles guiños de crítica a la maquinaria del cine (“They worship everything and value nothing.”), una industria apabullante, sin misericordia y que aplasta cualquier pequeño sueño que tenga una aspirante como Mia. Hasta que concluye con un epílogo como ningún otro: al repasar todas las emociones y sentimientos, se recuerda así el viaje que tuvieron estas dos almas al encontrarse a través de la música y el baile. ¿No es así como muchas personas tienen sus primeros encuentros?
La La Land es filme que queda en la memoria después de vista. Puede ser por su increíble música que acompaña las gloriosas y coloridas imágenes o por las increíbles tomas que siguen las secuencias que le dan vida al sueño mágico del filme. Puede ser cuando se eleva y deja su historia clara entre lo que está arriba y la realidad que golpea (las voces imperfectas son parte simbólica de eso) y obliga a los personajes a enfrentar la situación de tomar decisiones o aceptar que son más pequeños de lo que quisieran o siquiera llegarían a ser. Es cuando La La Land abre la posibilidad de disfrutar ese mundo y tomarlo como el impulso para aquellas personas que desean conseguir algo y sienten que no pueden, pero que saben muy en el fondo que la oportunidad adecuada puede llegar cuando menos se lo esperan.
La La Land es nostalgia y homenaje puro; es un sueño en sí misma, uno del cual podemos ser parte y encontrarle el gusto por ser muy o poco convencional. Solo hay que encontrar esa pequeña sonrisa o esa nube que nos transporte a las estrellas en las cuales podemos bailar. Con La La Land, no es solo disfrutar de la película y su música, se trata de quedar inmerso en la magia que contagia, tomar la carta de amor que ofrece, no solo a sus antecesores clásicos y a un género no siempre apreciado como se debería, sino a aquellas personas que —disfrutaran del filme o no— podrían verse reflejadas y retratadas en la búsqueda incansable de aquello que les puede hacer felices.
Más como sensación que por el sueño concreto de los personajes, e incluso con su simple y sencilla historia, La La Land existe —para alegría de su dedicado director— entre el mundo de sueños y alegría y el de retos y realidades para inspirar, emocionar y no dejar que perdamos la esperanza.