Hay un momento, durante el episodio siete de The Crown, la serie nueva de Netflix, en el cual Elizabeth dice “I know almost nothing”. Lo dice porque quiere educarse en los conocimientos básicos que aprenden los alumnos de escuela. En lugar de literatura, matemática o siquiera historia, ella es educada con los valores políticos y religiosos que conlleva ser parte de la familia real: se sabe la constitución de arriba abajo. Así es, entonces, como llegamos a conocer un poco más a fondo a esta muchacha que estaba destinada a convertirse en la figura más importante de la monarquía británica.
Durante su secuencia inicial de créditos, The Crown nunca nos muestra por completo la figura misma de la corona; únicamente su silueta aparece al final, como el indicio de que no somos lo suficientemente dignos o no estamos lo suficientemente preparados para observar o entender lo que significa esa figura. No sabemos exactamente qué sucede con las familias reales, detrás de las inmensas puertas y portones que las separan del resto de la población. De cierta manera, esa secuencia de créditos simboliza y representa a la serie que le precede.
The Crown no es una mirada apenas furtiva de los sucesos dentro de la realeza; más bien una oportunidad de verlos desenvolverse de manera natural y orgánica en sus actividades y para que, así, el espectador puede entender y observar cómo sucedió esta particular historia de Elizabeth II, altos, medios y bajos. Es, de cierta manera, lo que sucedió entre The King’s Speech y The Queen.
Así, esa secuencia inicial (fabulosamente musicalizada por Hans Zimmer—y el resto de la serie por Rupert Gregson-Williams), más bien, indica que nunca se sabrá la verdadera figura completa de la Corona, y por extensión, sus miembros. Las imágenes solo nos muestran acercamientos de la elaboración de oro y perlas que la conforman. Se trata de una visión parcial y enigmática, por más franca, clara y bien contada que esté como serie. Un vistazo íntimo, pero no tanto, del reflejo de cada parte que comprende toda la era de una nueva monarquía británica; es lo que “apenas” se le ofrece a la audiencia para ver, incluso teniendo escenas dentro de los cuartos y conversaciones privadas entre sus personajes. Recreación clara de contar un buena historia de ficción, por más que se base en todos los hechos reales.
En todos los episodios*, The Crown establece un sentido de urgencia en cada secuencia que recrea, haciéndola una colección de constantes momentos importantes, por más pequeños que parezcan a nivel narrativo. Así es como cada hora es llevada con maestría dentro de sí misma. Las partes contribuyen al todo. Resulta en una construcción episódica hecha de excelente manera sin descuidar el seguimiento evidente del resto de la temporada. Son viajes individuales (batallas, pérdidas o victorias—personales y políticas) dentro de una historia completa —para personajes y relato— con adecuada evolución y exploración de las personalidades establecidas desde un principio. Estas crecen conforme las circunstancias se desarrollan y avanzan los acontecimientos verdaderos que le sucedieron a la familia real.
*(Destacan inmensamente el segundo, por la muerte del padre; el cuarto, por la neblina de cinco días en Londres de 1920.; y el quinto, por la solemne coronación).
La buena estructuración no sería lo mismo sin la mirada impenetrable de Claire Foy y las constantes expresiones silenciosas de Matt Smith hacia su esposa (No puede faltar el increíble John Lithgow, como el poderoso Winston Churchill. Histrionismo memorable). Son manifestaciones que surgen de excelentes actuaciones y de un entendimiento de los secretos y discreciones de la familia real que vemos representada. Actuaciones calculadas (de ellos y del resto del elenco), de brío natural para estos seres humanos con circunstancias de vida poco comunes en el mundo. El recelo que tienen del el exterior y las restricciones ante las decisiones y leyes reales que se deben cumplir. Todo eso es parte de un avance y aprendizaje de qué posiciones tomar, sea por gusto o porque es lo mejor para la familia real. Es la manera perfecta, y visión poco explorada, de un inicio para que la audiencia crezca y aprenda con la nueva reina: sentimiento de empatía poco probable para la vida privilegiada que tan poquísimas personas tienen en este mundo.
Y ni qué hablar de la música, que en lugar de comenzar con una nota fuerte, se nos ofrece una nota apenas audible que va aumentando. Así, conforme pasan los segundos, la tonada toma fuerza y aumenta en confianza y determinación, como la figura principal de Elizabeth. Callada y de mero observar, pero con un incremento de intensidad y madurez para llegar a una fortaleza, naturalidad y seguridad de las notas. La evolución clara de la reina que llegaremos a ver a través de seis décadas que serán representadas en seis temporadas.
Es curioso que las historias (en TV y cine) de la monarquía o la realeza logren cautivar al público y ser competidoras claras de premios por doquier. Tal vez sea por ese acercamiento a lo desconocido y a personalidades poco comunes que ofrecen estas narraciones, así como queda reflejado en la secuencia de créditos del inicio. Con The Crown, por suerte, se trata de una narración bien construida y equilibrada entre episodio y temporada (más allá de la elegancia y sutileza que tiene el acento británico) que, además, entretiene y cautiva a cualquiera que la vaya a ver. Queda acostumbrarse a tenerla, por lo menos, los cinco años más que están programados para producirse. Lovely.