Por Sergio Beeche Antezana
Es con impavidez, serenidad y agilidad que Jason Bourne se presenta ante la pantalla que lo revela al mundo. Sus apariciones son esporádicas, pero las historias que vemos son, en realidad, a través de él, de sus emociones, de sus temores. Así es como se desarrolla cada una de las entregas de este tipo de héroe que busca su identidad, que termina en situaciones peligrosas donde quiera que vaya. Como pasar por migración sin ser descubierto o escapar por la puerta trasera del edificio de la embajada.
Luego de varios años de haber “terminado” la trilogía y un intento fallido (bastante mal recibido, sin darle el beneficio de la duda) de revivir la franquicia con un nuevo estilo, aparece, de pronto, una cuarta entrega de la vida truculenta del héroe que tiene de nombre el título de este filme. Siempre llegan a él las circunstancias que lo movilizan, cada vez es un elemento externo que le hace recordar e indagar más a fondo lo que olvidó de su pasado. Esta vez, está involucrado su padre.
Jason Bourne ya sabe quién es, ya entiende cómo es el teje y maneje de su vida. Por tanto, Bourne, la franquicia, también conoce cómo construir una buena película dentro de su mundo imaginado y exagerado, sin perder de vista las características de personajes que habitan ese mundo. Siendo el principal y constante, curiosamente, el que menos diálogos tiene en sus propias películas.
Aquí existe un estilo particular que el director (desde la segunda, Supremacy), Paul Greengrass, impone ante la naturaleza hiperactiva y acelerada de la saga. La personalidad del protagonista no se ve completamente reflejada en este estilo, pero funciona para efectos de mostrar acción más activa. Solo la primera, que es la mejor de todas pero por venir de la mano de Doug Liman, tiene más calma con sus imágenes, haciendo mejor cohesión con la incógnita y duda de todo el filme.
Las entregas de Bourne no necesitan revelar mucho de su mitología. La fuerza que las empuja y les da vida son las secuencias bien construidas de acción o de tensión, casi siempre en lugares llenos de persones, que es donde Jason se camufla mejor. Así, la cuarta parte parece una fórmula más de esas pero con la ventaja de tener correctamente divididas sus secuencias e impactos para avanzar el desarrollo de la trama. Por eso, se agradecen los momentos de diálogo que ahondan en los temas del filme y que dan los giros importantes de los personajes. Uno en particular.
Ahí, Tommy Lee Jones y Alicia Vikander interactúan bien entre ellos; son efectivos con lo que deben representar. Mientras tanto, Matt Damon recuerda, conoce e interioriza a su personaje mejor que nunca: sus expresiones y personalidad se presentan naturales a la hora de actuar. Son ayudados por la adecuada fotografía y electrizante música, las cuales son opacadas por la incesante edición que no permite contemplar con tranquilidad un solo encuadre. Esa molesta característica de la dirección de Greengrass de la que hablamos arriba.
De todos modos, la saga Bourne (incluyendo Legacy) está por encima de muchas películas conocidas de acción que apenas sirven de escape, ruido y aceleración para el espectador, casi siempre masculino. [Aquí, entre otras cosas, siempre habrá una figura femenina importante (se extrañó a Joan Allen esta vez), más astutas y observadoras que los demás.] Por suerte, en esta entrega, Jason Bourne cumple, entretiene y está a la altura de sus predecesoras, que son de buena calidad por sí solas y como saga. Rescatables como cine de acción con un poco más de sentido, no solo por pura adrenalina.