Por Sergio Beeche Antezana
Con un título como La leyenda de Tarzán para cambiar un poco la presentación de una historia que tiene más de cien años de existir, Warner Bros. ofrece una nueva adaptación de la creación original de Edgar Rice Burroughs sobre el hombre que es criado en la selva y conoce a la mujer que resulta su vía hacia el mundo de los humanos. Ahora, John Clayton III no es necesariamente un hombre, pero tampoco es un mono, es Tarzán, y la parte de “leyenda” en esta nueva adaptación intenta explicar eso con una narración interesante, pero que no llega a su potencial total como para cautivar o asombrar al espectador. Y parece que el estudio se dio cuenta, por lo que la publicidad para la película no ha sido tan agresiva como se hubiera esperado.
The Legend of Tarzan no es mala, pero tampoco es excelente. Es, de nuevo, un entretenimiento de verano que pasa sin mucha bulla entre las películas más populares o anticipadas de la temporada. La historia es más sobre el regreso y la posición del personaje principal ante las amenazas belgas que tiene el Congo y los diamantes de Opar (lugar en la jungla de África inventado por Burroughs). En ese intento de continuación y no repetir una historia de origen, se incluyen flashbacks del encuentro entre Jane y Tarzán, como para evidenciar la felicidad de esos momentos y las intenciones de cada quien en el pasado para aclarar los acontecimientos del presente.
Pero este regreso es más una manera de encausar la historia que casi, casi cae en un desorden narrativo; por suerte, no sucede. Se salva, en gran parte, por las imágenes que David Yates (director de las últimas tres películas de Harry Potter y el escogido, también, para Fantastic Beasts) mantiene durante todo el filme; su visión salva cada encuadre que pasa, por más flojo que resulte el guion. La cámara se adentra y sobrevuela la vasta y hermosa jungla a la que pertenece Tarzán, conservando el ritmo y riqueza visual que aporta a la historia, ya de por sí conocida y reconocida.
El peso de las excelentes imágenes se diluye un poco con las actuaciones que apenas cumplen o que pasan desapercibidas. En gran parte por los personajes apenas desarrollados o superficiales, como el cansado Christoph Waltz con su única manera de interpretar a un villano en pantalla. El mejor es Samuel L. Jackson con su aire más ligero y cómico ante la seriedad del metraje. Y el más deslucido, lamentablemente, es Alexander Skarsgård, quien posee la imagen y el físico apropiados para el papel, pero su inexpresividad no permite una conexión más profunda con el personaje. Por otro lado, los efectos especiales del clímax final no resultan tan efectivos como las dos únicas escenas de acción que hay. Yates filma combates mano a mano (en especial, el de Tarzán con su hermano gorila) con muchísimo cuidado y estilo. Son secuencias que vale la pena ver, y resultan con más peso narrativo que el intento de espectacularidad, sin mucha justificación, durante la estampida final.
De todos modos, los temas que tiene la película, aunque a veces olvidados a lo largo del metraje, son interesantes y adecuados para una historia sobre un personaje que no calza ni en un lugar ni en el otro. Se trata de un ser que ha vivido en dos mundos totalmente diferentes, que está cómodo en ambos, pero que no pertenece completamente a ninguno. Entonces, ¿cómo es él la “leyenda” que salva al pueblo africano y la selva que lo crió? Como un fantasma —por su piel blanca— que puede comunicarse con cualquier ser de la naturaleza. Ahí, la escena de los elefantes evidencia el cuidado y absoluto respeto que hay que tener por la naturaleza, para poder mantener el balance que el humano codicioso llega a romper. Él honra sus raíces más profundas que son, antes que nada, parte de la tierra misma, la que lo vio crecer. Se vuelve más una idea que una personalidad concreta.
De todas maneras, el regreso de Tarzán a la selva es parte de su propio viaje como persona y animal. Atado a las fuerzas inexorables de la naturaleza, él puede ser la barrera y soporte más importante. Por eso, los flashbacks funcionan a la perfección como recuerdo y como evolución del personaje: esa intriga y alegría de un primer encuentro y el señalamiento de los errores que se pueden cometer por instinto o impulso son retrospectivas narrativas que permiten profundizar la historia y, a la vez, representan el aprendizaje del pasado para encontrar el balance en las acciones que mejoren el presente y eviten un oscuro futuro.
The Legend of Tarzan se adentra en lo anterior y brinda, acompañado de las imágenes de su excelente fotografía y correcta banda sonora, una mirada conocida de sus temas junto con varios subtemas menos evidentes, pero sutilmente presentes. Entre el espectáculo visual o intento —fallido— de hacer un éxito de acción de verano (en parte porque el director tuvo que apresurarse para filmar su siguiente, y más grande, proyecto), el filme se disfruta y pasa como entretenimiento agradable, al cual, si se observa con cuidado, puede mostrar diferentes aspectos válidos de denuncia o reflexión entre las lianas por las que se transporta el siempre misterioso hombre de la selva.