Por Sergio Beeche Antezana
Hemos olvidado algo entre tanta historia grandilocuente durante esta temporada de premios. Esas historias grandes de denuncia y exposición, venganza y adrenalina, incluso, amoríos y superación, hasta los grandes efectos especiales que hacen la visita al cine, una experiencia emocionante que lleva a mundos dentro y fuera del planeta. Entre todo eso, hay que rescatar cómo se puede lograr excelencia en las historias sencillas y de viajes no extravagantes, más bien humildes y hacia adentro de los personajes. Llega Brooklyn apenas para recordarnos eso y un poco más.
Con sueños de grandeza, como todo el mundo, Eilis, sencilla muchacha del pueblo irlandés, Enniscorthy, decide viajar a Estados Unidos en busca de trabajo y mejores oportunidades. Al instante, ella, como personaje y dentro de la actuación increíble —y creíble— de Saoirse Ronan, es delimitada con cuidado y detalle. Su personalidad se manifiesta mediante sus emociones y preocupaciones, ningún detalle se le escapa al guion de Nick Hornby. Pero siempre con dulzura y delicadeza que vienen de cada segundo y encuadre de la película.
Por eso, el filme transcurre con acertada naturalidad, todo acontecimiento es orgánico en el sentido de sucesos, sentimientos y decisiones. Aunque puede interpretarse como casi un cuento de hadas, la realidad de cada personaje es verosímil con respecto a lo que plantea la película, sea si se quiere ver más la historia de amor o la de superación personal, crecimiento y maduración. Así, el director, John Crowley, deja que su trabajo sea parte de lo que quiere ser la película, hay seguridad en cada conversación y posición de la cámara, sin olvidar que una dirección simple permite que el espectador se involucre más en la historia que en lo técnico. ¡Pero qué bien llevado ese aspecto! Es lo que hay que recordar: una historia bien contada, será, en consecuencia, verdaderamente envolvente.
Brooklyn funciona como película porque no se detiene a pensar en qué puede ser mejor o peor. La empatía por los personajes es gracias a bien llevados diálogos y actuaciones que permiten identificarse con aspectos y situaciones de la vida. Lo estructural no se pierde, pero tampoco lo humano. Cada emoción que vemos en Eilis, la hemos sentido nosotros en algún momento; las decisiones que se toman pueden herir a otros, pero resulta parte de la vida, aún más con las andanzas como las que llega a recorrer ella. La sobriedad de las imágenes son parte de la elegancia que viene a abrir y cerrar una pequeña historia que pudo destacar entre las que abundan en clichés y situaciones melosas.
Brooklyn mantiene una sinceridad importante y ejemplar para cualquiera que quiera contar una historia de amor; pero, por suerte, el viaje de Eilis es palpable y la acompañamos en sus momentos de felicidad, de duda y de completa indecisión, hasta verla convertirse en la mujer que enfrenta al mundo con firmeza y seguridad.
Entonces, el filme tiene esa misma confianza en su fotografía, montaje y agraciada música, completando la agradable experiencia que es ver, entre tanto espectáculo, cine sencillo y bien llevado, donde los acontecimientos son meramente cotidianos, pero, a la vez, reflejan lo que es la gran aventura y viaje que es la vida misma.