Por Sergio Beeche Antezana
El regreso de David O. Russell al cine lo llenó de confianza e historias interesantes de engaño y superación, resultando en buenas películas que destacaron su ingenio a la hora de estar detrás de la cámara. The Fighter (2010), Silver Linings Playbook (2012) y American Hustle (2013), todas excelentes, en especial del lado de las actuaciones, donde los personajes estaban bien definidos y permitían que cada filme transcurriera fluidamente gracias, en gran parte, al buen histrionismo que logra O. Russell con los actores.
Pero su buena racha tenía que terminar en algún momento.
Verán, Joy (2015)…
Joy es un desastre. Pero a la vez es un desastre interesante cuando sigue a la reconocida protagonista, Jennifer Lawrence brilla con la construcción que tiene su personaje (no tanto así en su profundidad, curiosamente): la mujer que inventa el “trapeador milagroso” y muchos otros productos domésticos.
Mientras tanto, el resto de la película se cae a pedazos alrededor de ella.
La historia va de la mano de personas disfuncionales que buscan algo en la vida, cumplir el sueño americano de tener y ser lo mejor que pueden ser. A ratos, Joy intenta ser una novela de superación, pero muestra y demuestra lo mismo que critica, no se define, y eso la hace caótica en su narración. Pero Joy…
Joy es envolvente. Con su locura y falta de sentido, poca coherencia y pocos pero verdaderos momentos de excelente calidad fílmica. A veces el montaje es terrible; a veces, astuto e inteligente. Las dos maneras sirven para contar la historia que parece ser de una cosa y termina siendo de tres diferentes, olvidando que iba a mostrar algo por aquí o por allá. Eso sí, David O. Russell sabe usar bien la música en sus películas. El soundtrack de Joy es parte de esa esquizofrenia que parece inundar el mundo en el que ella vive; con saturación de color que envuelve y determina las películas del director, entregando la de este año hecha con y sin cuidado. Entonces Joy…
Joy es un experimento. Hasta podría verse como uno muy extraño que falla pero sin saber por qué. Con Joy, la cuestión es que sus buenos momentos son muy buenos, especialmente cuando Lawrence se adueña de su papel y da lo mejor en su actuación (la secuencia donde vende su invento en televisión), como si se esforzara más cuando trabaja con O. Russell. Pero los momentos malos son muy, pero muy malos: sobreactuaciones, personajes secundarios caricaturescos, con escenas inútiles y, un par de veces, conceptos cuestionables. Al principio, la película no tiene ningún sentido. Comienza con sus personajes gritando y hablando diálogos sin sentido por toda la casa, nada parece tener importancia, un poco de coherencia narrativa llega apenas iniciado el segundo acto, pero viene y va con facilidad, no se concreta y termina siendo más disfuncional que sus personajes.
Al final, Joy, la película, no sabe ni lo que ella misma es. Como esta reseña, que nunca supo concretar un punto definido en calidad de lo difícil —pero lo fácil— y extraño —pero realmente común— que resultó ver este filme. Queda dentro de los títulos que habrá que recordar en unos años para encontrarle el sentido o el disfrute, o simplemente dejarse ir mientras los falsos copos de nieve se quedan pegados en el pelo de la protagonista. Salud.