Por Sue Mey Pacheco
“Clear Eyes, full hearts, can’t lose.”
Me embriagué y me he despertado en una pequeña ciudad ficticia de Texas. Cabe decir que no disfruto ver ni vaqueros (hola Firefly) ni a futbolistas. Así que mi reacción al ver esta serie ha sido una sorpresa. Simplemente me enamoró desde el primer capítulo.
Una ciudad, un pueblo y su idiosincrasia. Así comenzamos la historia de una pareja que vive una vida similar a la de las familias del ejercito, pero dirigidas por los dioses del football americano de colegio. No es coincidencia que el trato hacia los jugadores y su relación con su entrenador, asemeja una suerte de entrenamiento militar. Pero entre los entrenamientos, las celebraciones de ganes y los partidos, tenemos miles de segmentos que nos mantienen sentados al borde del sillón.
Lo anterior no quiere decir que esta serie recurre a demasiado sexo, muertes o acontecimientos asombrosos para tomar nuestra atención. La definición de personajes es muy realista aunque en ocasiones las situaciones que los rodean no tanto. Pero el modo en que demarcan las situaciones que viven los personajes y el cómo las afrontan, es lo que nos da esa sensación de personas complejas, que tanto hace falta en las series de televisión abierta (NBC, CBS, ABC)
La serie tiene 4 años de haber terminado su quinta y última temporada (la vi en dos semanas en Netflix), pero las vivencias de cada uno de los habitantes de Dillon, Texas, se sienten muy actuales y básicas a la naturaleza humana, lo cual facilita que nos identifiquemos con uno o con todos de modo muy orgánico.
Desde el primer episodio marcó el camino a seguir, un entrenador que deja hasta la última gota de sangre en el campo, pero que su amor e interés por los chicos va más allá del juego. Una esposa de entrenador que representa la fortaleza familiar, ama de casa abnegada, con sus propias opiniones y que su misma ambición la lleva a lugares que no imaginó jamás. Una hija de entrenador, linda, inteligente y típica. Un grupo de chicos, que van desde el popular, el pobre, el nerd, el borracho, etc, pero el común denominador es que el núcleo del grupo posee un corazón enorme. Y una ciudad obsesionada con los partidos de los viernes tal cual super bowl.
A lo largo de las 5 temporadas, vemos a los personajes crecer, cometer errores, aprender de ellos, amar, odiar y sobre todo, pelear por el puesto que ellos saben se merecen. Sea un trabajo, un campeonato, otra oportunidad en el matrimonio. El equipo no se circunscribe a los jugadores, todos los integrantes de ese pueblo son parte integral de los ganes. Muy similar a cuando un equipo del país va al mundial de fútbol. La experiencia se enriquece y le proporciona más profundidad, gracias a que el programa no se queda relegado al deporte.
Hasta el espectador es pieza clave en la voz que necesita el equipo para salir adelante. Y esta serie exuda alma y corazón.
Lo único que me ha molestado fue el nombre de uno de los personajes, Jason Street. Pero de ahí en fuera, por más exagerada que pueda parecer la carta que les tira la vida, me lo creo.
Dichosos todos los que no han visto esta serie, les aseguro que tendrán una nueva obsesión y van a hacerles porras a los jugadores como si estuvieran viendo un juego en vivo. Texas forever.
P.D: Vean esta serie después de ver Breaking Bad o Bloodline. Por dicha en mi caso fue así.