Por Sergio Beeche Antezana
Historias de superación abundan en el cine. Esas que emocionan al público, que saquen una lágrima o que hasta despierten un odio inmenso. Todas cuentan con un elemento en común: el deseo humano.
Es fácil identificarse con personajes que tengan una meta, un sueño que, al final de la película, se vea cumplido de una u otra manera. Pero hay una parte importante e indispensable para que la catarsis del espectador sea exitosa: un buen personaje. No quiero decir que todos se tienen que identificar con todas las historias que se ven, unas llegan más que otras, pero el sentimiento de empatía debe existir al menos para decir que se entienden y justifican las acciones que el personaje realiza.
En The Walk (En La Cuerda Floja), tenemos a Philippe Petit, alguien que quiere llegar a su objetivo a como dé lugar, no importa si debe quebrantar la ley, engañar o involucrar a personas cercanas y desconocidas. Su deseo de caminar sobre un alambre de tensión de una torre gemela a la otra (el World Trade Center en Nueva York), es extremo, irresponsable, casi ridículo y hasta molesto por la insistencia de que todo aspecto de su plan quede listo a la perfección. Pero algo logra hacer clic en el espectador por la manera en que el director, Robert Zemeckis, cuenta la historia, especialmente en la segunda mitad del filme, donde efectivamente el espectador mismo se siente en la cuerda floja.
El mecanismo narrativo funciona porque el mismo Philippe habla con la cámara, expresa lo que siente, es narrador protagonista de sucesos y emociones internas, hasta ahí, todo en orden. Pero esa manera de contar la historia (el rompimiento de la cuarta pared) no deja que la buena actuación de Joseph Gordon-Levitt se desenvuelva totalmente. Los momentos de mayor conexión con el actor a la hora de transmitir con sus expresiones faciales, se ven interrumpidos por los cortes abruptos del mismo personaje, pero hablándole al público. Entonces, la magia de poder transmitir en imágenes decae en exceso de monólogo que no deja “sentir” una completa experiencia.
Muy por debajo están los demás personajes, en función del principal. Pero la historia se desarrolla bien a lo largo de esa línea, que sienta bien las bases para la tensión del tercer acto. Claro, la última media hora es lo mejor, pero no tendría la misma fuerza sin la adecuada construcción de acontecimientos previos al clímax. Tampoco sin la eficacia visual y ángulos imposibles de la cámara para dinamizar la caminata en las alturas. A eso le sumamos música “dulce” y colores brillantes de la fotografía, como si simularan la visión optimista y eléctrica de Philippe.
The Walk es, entonces, enteramente sobre su protagonista, todo lo que gira a su alrededor y lo que desea hacer; actitud un tanto egoísta que la película pasa desapercibida para que se le considere apenas mera tenacidad. Pero el mismo Petit, y nosotros como espectadores, no debemos olvidar que la ayuda de los demás es crucial para lograr esos grandiosos sueños, y que ellos también tienen los propios. Ahora el apoyo debe darlo él, dejando que los que le ayudaron también puedan alcanzar sus metas; y nosotros aprender a hacer ese adecuado balance, después de balancearnos con él, en la cuerda floja.
Calificación: 7
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