Colaboración por Sergio Beeche Antezana
No es fácil mantener una serie de época, mucho menos una con las extravagancias visuales y materiales que posee Downton Abbey. Por suerte, la inmensa popularidad que tuvo desde su primer año permite que las excentricidades estéticas, de vestuario y de escenografía sean costeadas fácilmente, al ser una de las series con mejor audiencia en la historia de la televisión británica. Eso no le distrae de lo que quiere contar; aunque sí, a veces, de lo que quiere ser.
Podría decirse que Downton Abbey, sin entrar en mucho detalle, es un tipo de mundo alejado y de ensueño donde todos quisiéramos escapar alguna vez y disfrutar de los lujos, ropajes y cenas que organizan en las amplias habitaciones de la mansión. Eso sí, dentro de ese universo paralelo está el que se encuentra por debajo y mantiene en orden y funcionamiento el de arriba. Seguimos a dos clases sociales y económicas diferentes (pero bajo el mismo techo) que no se escapan de lo que hace tan atractiva la serie: el drama humano.
Durante sus dos primeras -exquisitas- temporadas no afloja varios detalles: la caracterización de cada personaje muy bien lograda en tan poco tiempo, un pulido acomodo de eventos y giros narrativos y el balance adecuado de lo que es la vida de los que sirven y de los que son servidos. Se llega a querer a los miembros de la familia tanto como para preocuparnos de cada peripecia que atraviesan. Ni qué decir de sufrir con las criadas y mayordomos cuando algún detalle de la cena o la casa no sale del todo bien.
El estilo novelesco no se pierde cuando entra la Batalla del Somme durante la segunda temporada, pero sí le permite más seriedad y un contexto que rompe con la burbuja de fantasía que rodea a la mansión protagónica. Luego de terminar la guerra, sucede que el tratamiento de los personajes e historias decae durante la tercera temporada (porque no he llegado a ver la cuarta y quinta), muchas veces por salir y entrar fácilmente de conflictos, olvidando toda la evolución que tuvieron varios personajes, se siente un poco de trampa de parte del creador, Julian Fellowes, quien ha escrito todos y cada uno de los episodios.
Varios aspectos temáticos de política, tratamiento de las mujeres, las dificultades y limitaciones de la época o, incluso, los excesos de la clase alta llegan a presentarse a través de todo el programa, pero no llegan a ser profundizados como para denunciar o tomar partido; prefiere quedarse en lo superficial, lo cual es perfectamente aceptable; a veces, preferible. Los altibajos no le quitan la delicia de serie que es y cómo se disfruta con los aspectos serios y más ligeros que ofrece. Hay momentos geniales de comicidad, casi siempre de parte de la brillante Maggie Smith.
Sin haber terminado de verla, y porque no veo muchas ganas de parte del canal de finalizarla, el entusiasmo con que la recomiendo no es inmerecido. Es un estilo novelesco con aires de grandeza, pero sabe manejarlo bien y es por eso que le aplaudo.