Post por Diego Barracuda. Ilustraciones: Eduardo Chang.
La mañana del domingo dos de marzo Leo despertó con una enorme sonrisa en la cara. Ya se lo había dicho Susan Miller: ese día, era su día. Que el estante que pagó a hacer dos décadas atrás (y mandó a reparar un par de veces producto de ataques de ira) finalmente dejaría el polvo y cargaría oro. Que todo saldría perfecto. Lo único que hacía falta era llamar al tío Martin por skype, sus palabras de confianza pierden cualquier efecto sin esa mirada tupida.
Más tarde, sacó del clóset uno de los trajes que usó para “The Wolf of WallStreet” como amuleto de la suerte, se vistió, se peinó él mismo y le mandó un whatsapp a su mamá preguntando si estaba lista (unos días atrás había decidido llevarla a la ceremonia y dejar en casa a Toni, con quien tuvo una corta pero fuerte discusión en alemán al respecto). Así, una vez preparado, se subió a la limusina y le pidió a su chofer pasar por la casa de su madre.
En el camino, Leo revisaba su larguísima lista de agradecimientos con nombres que ha venido acumulando desde «What’s Eating Gilbert Grape”, y por enésima vez, pensaba si cerrar el discurso gritando “I’m the king of the world» con la estatuilla en la mano sería un poco anticuado, pero al final siempre terminaba entrando en razón:
—¡Es súper gracioso —se dijo sonriendo—, con esa se ríe hasta Liam Neeson!
Los nervios empezaron a aparecer con el primer toque de la alfombra roja, pero el grito de los fans le devolvían la confianza. En el teatro, un miembro de producción les mostraba sus asientos en primera fila, justo al lado de Sandy Bullock y a unas cuantas sillas de Barkhad Abdi, quien le lanzó a Leo una mirada cómplice con esa sonrisa particular de diente amarillo, como diciendo “somos de los mismos Leo, los nominados sin Oscar”.
De la emoción, se vino sin comer. Y aunque se moría de hambre, prefirió decirle que no a la pizza que Ellen repartió a los del frente; no podía soportar la idea de que a la hora del discurso apareciera un pedazo de comida entre los dientes, o peor aún, que lo traicionara el estómago y los nervios.
Cuando Cuarón recogía su estatuilla a mejor director, Leo sabía que su momento estaba cerca, faltaban pocos segundos, le sudaban las manos. En ceremonias pasadas, Tommy Lee Jones, Jamie Foxx y Forest Whitaker celebraron mientras él aguantaba las lágrimas, ¡pero no más! Jennifer Lawrence iba a aparecer en cualquier momento para abrir el sobre y decir las palabras que lo harían levantarse de su asiento, abrazar a su mamá y hacerla sentir orgullosa.
—And the Oscar goes to… Matthew McConaughey.
Pero nuevamente su actuación no valía un premio de la Academia, y aunque aplaudió como si nada pasara, él ya no estaba más en ese teatro. Leo, una vez más, murió por dentro y vio pasar la vida ante sus ojos como si fuera una película. Una en la que, al final, tampoco gana un Oscar.