Stranger Things y el curioso caso de la popularidad extrema

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Por Sergio Beeche Antezana

 

Un éxito de la cultura pop llega por pura suerte. Es, casi siempre, asunto de mero azar mezclado con el cómo saber manejar la publicidad; en el mejor de los casos, el centro de la historia y su manejo son la eventual clave del triunfo. Pero hay ejemplos notorios que difícilmente se pueden dejar pasar por alto, como el constante crecimiento de Game of Thrones y su inmensa —casi desmesurada— popularidad y sobre análisis. Entonces llega, del creciente catálogo serial (en cantidad, no tanto en calidad) de Netflix, Stranger Things, éxito rotundo de la noche a la mañana, sin mucha publicidad o fuerte anuncio de una serie que fuera a alcanzar lo que logró en tan poco tiempo.

Sin entrar en mucho detalle —y porque pienso que todo aquel que lea esto la habrá visto ya— es importante ver el estilo y enganche que encontró esta serie con la audiencia. Basta con el primer episodio para sentir el “homenaje”, si se quiere, de las diferentes imágenes que hacen referencia a todo lo relacionado con la ciencia-ficción que, asumo, encantó a los hermanos Duffer, creadores de la serie. Circunstancias, planos, canciones, detalles mínimos y atmósfera que fascinan y con los cuales la gente se puede identificar fácilmente. Esto siendo apenas el agregado de una historia encaminada básicamente por su trama de suspenso y aventura que avanza sin detenerse en personajes o en las motivaciones que les llevan a hacer lo que vemos en pantalla.

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Pero no hay que verlo como algo negativo. Existe gran cantidad películas o series que son guiadas por su argumento y funcionan bien dentro de su historia interna. Y sucede ahora con el caso de Stranger Things: una serie que basa su narrativa en giros y suspenso que mantengan el interés y emoción en el espectador. Pocas veces deteniéndose a profundizar a sus personajes sin que resulte un problema grave en una historia que, fácilmente, tiene comienzo, medio y final para mostrarnos lo que quiere contar. Lo que nos lleva a su problema (que, de cierta manera, no lo es) verdadero: Stranger Things no “es” una serie; es una película muy larga que sabe amarrar bien su narrativa y presenta una atmósfera cautivante que emociona a cuanta persona la vea. La división técnicamente episódica es apenas para extender con facilidad la historia que los Duffer tenían planeada.

Además de tener apenas ocho episodios, Stranger Things, como todos han notado y mencionado, se apoya aún más en las referencias de otras películas o cultura pop de los ochenta que, por alguna razón, emociona enormemente a las personas. ¿Por qué este fenómeno? Todd, de vox.com, tiene una especie de explicación que sugiere el gusto por las historias más “conocidas” que por las recicladas, entre tanta secuela, remake y universo expandido. Pero yo lo veo más del lado de crear algo completamente entretenido, fácil de ver y bien amarrado en su rapidez narrativa y fluidez de la historia. Una dosis perfecta de escapismo televisivo. Y porque la serie tuvo el golpe de suerte “pop” del año.

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Pero a Stranger Things apenas le da tiempo de cubrir todo lo que quiere contar. Con buen montaje entre escenas, los atajos y resoluciones que tiene no convencen del todo en el universo que ha creado. Los personajes apenas están para servir el propósito de la historia y terminan con el mínimo desarrollo. Se salvan el personaje de Dave Harbour, como el jefe de policía Hopper, y el pequeño Dustin (Gaten Matarazzo); las demás pasan con actuaciones apenas funcionales (incluyendo a la sobreactuada Wynona Ryder). Ahí está, también, mi constante queja de que exista coherencia solo como una temporada que se consume en un fin de semana. Como si fuera pura gula televisiva, sin ahondar en los temas y características que quiere presentar el programa por capítulo. El “tragarse” toda una temporada, arrebata toda atención que puede darse en lo específico que un episodio puede brindar. Es emoción de instante en grande (sea cual sea el número de “episodios”), sin recordar los detalles que le dan importante calidad en lo pequeño.

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Al final del día, con el final cerrado y abierto de la serie y la confirmación de una segunda temporada, Stranger Things tiene la posibilidad de crecer como serie misma, sea porque continúa el epílogo que muestra al final de la temporada, o con una reinvención y reestructuración de sus temas. Aunque signifique la pérdida de esa nostalgia y característica de homenaje o por perder la novedad y primera impresión en esa historia tan envolvente que fascinó a tantos.

Al parecer, ni siquiera Netflix se esperaba el monumental éxito que tendría con Stranger Things. Con tan poca promoción y publicidad, la conversación y recomendación “boca a boca” (en redes sociales, claro) nunca habían surtido tanto efecto —y de gratis— para el pequeño proyecto que apenas quería existir. Superando a la cantidad de originales que el servicio tiene (y quiere seguir sacando), la serie resultó ser la tercera más vista de todas.

No pienso quitarle sus méritos —porque los tiene— de agradable y fácil entretenimiento que ofrece. Pero tampoco quería evitar señalar los aspectos que, para quienes somos más exigentes, pudieron hacer a una serie como esta mucho más interesante de lo que en realidad es. Solo el futuro dirá qué le depara a tan afortunado e interesante ejemplo de la suerte que a veces se da en la cultura pop.

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