En la serie original de Netflix Bloodline, las apariencias engañan, y mucho…
En esta fiebre de ver series, entre otras, he visto Bloodline y me quedé completamente enganchado… Fue un «non stop flight«, que con solo algunas muy pocas series americanas, como Mad Men, Breaking Bad, House of Cards, True Detective y The Wire, ni me he dado cuenta de cuando hemos aterrizado. Ya con eso he dado pistas de lo que me engancha en una serie, ¿cierto?
Los thrillers son lo mío, y Bloodline, desde el primer capítulo de la primera temporada me dejó intrigado.
Y eso que no conocía, o recordaba conocer, a ninguno de los actores. Solo a Sissy Spacek (como Sally Rayburn).
Desde el comienzo nos va desmenuzando y preparando para reconocer que no existe la familia perfecta en ese superficial «american dream» que nos muestran. A cada personaje le queda muy bien su papel, ya que a puras mentiras esconden su verdera intención: nadie es lo que aparenta ser. El único personaje que intenta ser como quieren que sea, pero, por dicha, manda todo al carajo es Danny Rayburn: la oveja negra de la familia.
En cada capítulo hay un ingrediente nuevo en el desarrollo de cada personaje que va complicando su historia, y por lo tanto la trama se hace menos evidente. Porque nada ni nadie, allí, es lo que aparenta ser.
Entonces ¿Quién de los Rayburn es el hijo ideal? ¿Qué tesoros no revelados tienen los padres en esa familia? El juego de buenos y malos , «winners y losers «, es excelentemente planteado entre todos ellos. El aperitivo de la primera temporada, te deja picado para lo que puede venir en la segunda. Y la misma, no te decepciona. Más bien, le pone más leña al fuego al enmarañado de situaciones inesperadas que se dan en cada capítulo. El final te deja , como debe ser, con las ganas de la tercera temporada. Avísenme cuando salga. Donde esté, la tengo que ver.
