Sin darnos cuenta, El Grinch cuestiona, siente y reflexiona

Sergio Beeche Antezana
Sergio Beeche Antezana

 

 

 

 

Hace un par de semanas, se me ocurrió hacer una compra inusual, pero que ya no podía seguir faltando en la colección de películas: “El Grinch”. Pero no es solo una, sino las dos versiones de Dr. Seuss’ How The Grinch Stole Christmas, que, si nos ponemos a pensarlo, es un título genial para apenas un cuento dirigido a los niños. ¿A quién se le ocurre “robarse” la Navidad? ¿Cómo diantres se consigue eso? Pues El Grinch lo hace y, por alguna razón, cualquiera puede identificarse y ponerse verde como él al escuchar y sentir la Navidad acercarse. Aun mejor: a nadie se la ha ocurrido robarse la idea, por ser tan icónica y perdurable con el paso del tiempo.

Luego de más de cincuenta años de existir, la mayoría sigue prefiriendo la versión animada de 1966, que captura la sencillez del relato de Seuss a la perfección, agregándole melodías y animación que los dibujos en papel no logran transmitir. Eso le da el sentido de comicidad a la maldad que surge repentinamente de este personaje. No sabemos de dónde. Las tres posibles explicaciones son válidas, pero es un sentimiento que no necesita mucha justificación para ser legítimo y efectivo. Claro, no sería lo mismo si no se exagerara lo gruñón y molesto que contrasta con la alegría y ruido de los habitantes de Villa Quién.

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El aspecto gruñón se nota también en la versión de Ron Howard, del 2000, donde Jim Carrey es malvado, pero con tanto ademán y maroma, se trata de expresiones más jocosas y de humor exagerado. La comicidad simple se vuelve forzada (eso sí, hay que darle crédito por las interminables horas de maquillaje que tuvo que soportar para entrar en el verde disfraz). El detalle es una manera diferente de ver esa simple maldad de la fábula animada. Aquí, El Grinch tiene historia de niño y su profundidad como personaje debe ser justificada un poco más para llenar las poco menos de dos horas de metraje. Las debilidades de este relato en particular son claras, pero poco importan a la hora de volver a ver, quince años después, el enfoque fallido, pero igualmente entretenido y lleno de recuerdos. La compra navideña es exitosa y se disfrutan las dos versiones enormemente.

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Es entonces que pienso en que la idea principal, la moraleja del cuento y el desenlace invariablemente alegre llegan a mantenerse en las dos interpretaciones: la llegada de un espíritu navideño real no por lo que se tiene, sino por lo que se siente. El Grinch lo descubre al correr peligro la última esperanza de la Navidad: Cindy Lou Quién. Su corazón logra agrandarse, porque no podía ver a la “luz” del verdadero espíritu navideño morir entre tanta oscuridad.

Veámoslo de otra manera. Al ser verde, El Grinch llevaba por dentro una “migaja” de rojo (“su corazón, dos tallas muy pequeño…) que apenas sobrevivía y estaba lista para explotar (…¡crece tres tallas ese día!”).

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Los colores de la Navidad están ahí representados, y Cindy Lou es la insistente vocecita que no deja morir el cuestionamiento de qué es lo que se celebra verdaderamente el 25 de diciembre. Mejor representada en una pequeña Taylor Momsen.

Y si nos ponemos a pensarlo, todos llevamos rojo y verde dentro, unos más de uno, otros más del otro; y se manifiesta de diferentes maneras durante esta época de alegría casi forzada. Nos toca, al igual que El Grinch, descubrir la felicidad genuina que dé el balance necesario de ser parte de la sociedad sin perderse uno mismo al seguir los mares de personas que compran regalos. Por eso resulta tan fácil para muchos identificarse con su lado más gruñón.

El Grinch

Entonces, luego de quejarse del ruido y los regalos, luego de robárselo todo, de saquear por completo Villa Quién, la alegría y celebración llega de todas maneras, sin un solo obsequio. Entonces, la reflexión cala en él y el cuento tiene, de repente, más profundidad de la que uno se imaginaba de pequeño. No es posible “robarse” la Navidad, hay que crearla desde adentro y compartirla, que sea a partir de regalos ya es un agregado. El Grinch no lo puede creer, pero lo puede entender, al igual que su odio inicial, sin necesidad de mucha explicación. Texto y subtexto. ¡Genial!

Es curioso que de rimas excelentes y una canción salga un relato sin época definida, que sobreviva los años y todavía se sienta cariño, de parte de todas las generaciones, por un personaje que cuestiona, muy agresivamente (y, a la vez, sutilmente), los excesos que aún están presentes en la sociedad. Sea con su versión original, animada o el placer culposo con Jim Carrey, El Grinch se mantiene como un clásico de la cultura en general, y, por suerte, ya no faltará en mi colección de videos para ver anualmente.

Feliz Navidad.

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