Por Sergio Beeche Antezana
El tiempo ha pasado y el año llega a su fin, lo que significa el descanso de muchas series que volverán en enero o el final de las temporadas cortas que estrenaron en octubre; esas que tienen apenas diez o doce episodios y deben encontrar la manera, para bien o para mal, de condensar sus historias en las pocas horas que nos ofrecen.
En todo caso, si le pidiéramos más a The Leftovers, que nos dé más tiempo con sus personajes, o si extrañamos a uno que apareció apenas en un episodio, o si no fue suficiente explicación de los acontecimientos, sería traicionar el arco general del contenido exacto, en duración y narración, que llevó durante los diez episodios de la temporada.
The Leftovers se atrevió a llevar más allá el modelo tradicional de televisión y le ganó a Netflix en sus horribles temporadas que funcionan como una película muy larga. Aquí, la historia llevó continuidad, mantuvo un suspenso que provocaba querer ver qué diantres sucederá la semana siguiente y, al mismo tiempo, produjo cada hora individual como una historia en sí misma, que plantea sus temas implícita y explícitamente de la mejor manera, sin más ni menos.
¿Cómo? A través de sus personajes.
Los puntos de la trama y sus giros narrativos venían después de las emociones internas de cada personaje (y de la serie misma), para resultar en sorpresas dignas de abrir mucho los ojos, pero porque ya se tenía un vínculo con ellos, porque cada quién puede identificarse con uno u otro de cierta manera.
Cambiando de locación y la manera de dividir episodios, cada semana se contó una perspectiva diferente, pero con la misma visión de lo que es la serie: los dolores humanos a la hora de perder a alguien y cómo se supera ese proceso, o no.
El sentimiento de pérdida, incluso en una situación ficticia como la de esta serie, se vuelve una explosión de sentimientos y acciones que no se pueden explicar. Los motivos son meramente arbitrarios en el exterior, pero cada quien actúa de manera que el dolor propio pueda desaparecer, no importa la razón. Tal vez llorando, tal vez escapando, esperando lo mejor de los demás, con actos de bondad, y hasta con actos de maldad. El buscar un escape de la realidad es meramente humano, sentimientos que llevan a cometer locuras, o a retraerse del mundo para siempre, aunque se esté ahí físicamente.
El hecho de responder preguntas está de más, eso no resolverá los conflictos internos que lleva cada quien. La serie entiende eso y lo transmite de manera brillante. Donde los diálogos, por más enigmáticos que sean, es posible comprenderlos de manera que no se piensen, sino que se sientan. La cámara cuenta cada momento con precisión y aporta aún más profundidad a la narración ya de por sí emocional y desgarradora. Sin olvidar la genial elección de música que acompaña cada escena específica.
The Leftovers logró imaginar y continuar el mundo que había creado y lo volvió más sensible, más cruel, más triste, más absurdo, más crudo, más real, más mágico; mejor.
Otras series del año lograron excelente calidad que las coloca en listas de lo mejor de fin de año. Pero fácilmente, esta es la mejor serie del año. A The Leftovers nada le falta, nada le sobra.
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